Marianne incluso aparece en la contraportada de un álbum producido por Bob Johnston, elección basada en las "críticas" que el poeta había recibido respecto al sonido de su primer disco. Demasiado lujoso y arreglado, decían algunas luminarias del folk, ahogaba las melodías y tapaba las palabras. Paparruchas o no, Cohen se arrojó de cabeza a lo espartano desde el primer momento con esta continuación y logró unos resultados rutilantes a partir de tan pobre materia prima.
Aquí volvemos a encontrar piezas de toque fundamentales en el canon coheniano. De entre ellas destacaría, aunque no son las únicas, la apertura con una "Bird on the Wire" que a partir de aquí siempre abriría sus conciertos. Se trata de una canción mítica por derecho de la que se ha dicho de todo. Kris Kristofferson, por ejemplo, quiere los primeros versos en su lápida. Una canción eterna como ese "The Partisan" que retoma directamente de la segunda guerra mundial y la adapta para darle su forma definitiva. O como esa desarmante "Seems So Long Ago, Nancy", elegía por una amiga demasiado libre y demasiado triste. Triste como la brecha que narra una "You Know Who I Am" que me gustaría pensar inspirada en Marianne. Una canción que es todo abandono y todo hermosura.
El difícil segundo disco se salda con éxito absoluto por parte de un Cohen al que no se le veía ni el techo ni el fondo. Un Cohen que da un golpe en la mesa y demuestra que los arreglos no enmascaran su talento. Demuestra que sabe cómo escribir canciones que perduren en la memoria colectiva de varias generaciones. Ya lo había dejado bastante claro con su estreno unos meses antes, pero aquí fulmina cualquier duda malintencionada, si es que puede haber gente de tan baja estofa. El canadiense, ese pájaro en el alambre, siempre ha intentado a su manera ser libre. Y siempre lo ha conseguido. Sobradamente.
★★★★☆
Este disco siempre irá unido a la desnudez y la hermosa parquedad de la isla de Hydra, en Grecia. Sus casitas blancas, su placidez al margen del caos de la vida moderna, en definitiva, una beatitud cándida en medio del caos que nos rige.
Un ambiente y una forma de vida que se coló de alguna forma en el disco más minimalista y sentido del poeta canadiense. Por supuesto, el aire que se respiraba en la isla en los 60 y 70, el cual no tiene nada que ver con la gentrificación que no deja títere con cabeza en nuestros días.
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