ROCK TEATRAL. El segundo disco en el mismo año y no hay síntomas de agotamiento. Superado el efecto sorpresa, siguen siendo capaces de entregar perlas oscuras y poéticas con la pegada inmediata de "Love Me Two Times" o "People Are Strange", y tours de force épicos del nivel de "The End", como la tremenda "When the Music's Over".
Con este disco dinamitan la idea de que nunca segundas partes fueron buenas. Es como si cuando se metieron a grabar el primero ya contaran con este material. Sin duda fue así en la mayoría de las piezas, canciones escritas en la misma época que las de su rutilante debut. Lo que sorprende más es que les saliera un disco de estas dimensiones grabándolo en los descansos de la gira de su estreno. La calidad del resultado, el que estemos hablando de clásicos eternos, dicta sentencia sobre la seriedad con la que se hacían las cosas en los 60 en cuestiones musicales.
Eso, la magia y los vapores que flotaban en el ambiente. Aquí, The Doors experimentan con teclados varios, slides e incluso se dan algún rozón con la música concreta tan de moda en la época, entregándonos esa rareza de poesía expresionista que es "Horse Latitudes", tan curiosa como desviada. Un detallito que acaba sumando, emparedada entre la delicadeza de "Unhappy Girl" y "Moonlight Drive", la famosa canción que, según la leyenda, Jim tarareó a Ray en Venice Beach y que precipitó la formación del grupo.
Strange Days es un disco lleno de detalles, una maravilla del pop que nos muestra a los Doors más relajados, melodiosos y expresivos que nunca. Y con su espacio para la dureza rockera ("Strange Days", "Love Me Two Times", "My Eyes Have Seen You", "When the Music's Over"). Un disco de reafirmación que sigue la estela de su predecesor con la cabeza bien alta. Si The Doors (1967) es uno de los mejores estrenos de la historia, este es impepinablemente uno de los mejores segundos discos que se hayan grabado jamás.
★★★★★
Este disco siempre estará marcado por la pieza que lo cierra. Un obra maestra que surgió de la improvisación y que fue tomando forma en directo prácticamente desde los albores de la banda. Un clásico irrebatible a la altura de la inalcanzable "The End" que cerraba el plástico anterior.
Una canción tan plagada de detalles en lo sónico y en lo lírico que se pasa en un suspiro a pesar de sus once minutos. Frases míticas aparecen aquí y allá, como: "Cuando la música se acabe, apaga las luces" / "Queremos el mundo y lo queremos ahora" / o ese "Quiero oir el grito de la mariposa" que anuncia ese interludio de Manzarek que suena precisamente a eso.
Una canción que parece un anuncio del más negro final entre imágenes que explosionan bellas y libres, gestos de reafirmación y hasta de denuncia ecologista. Sin duda, una de las obras maestras más intensas e irrebatibles de The Doors y la canción que más de uno querría que sonara en su funeral.
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