RAP RELUCIENTE. Ahora puede parecer mentira, en frente del éxito y los millones que ha amasado la superestrella del hip hop, pero cuando empezó no las tenía todas consigo. Sus orígenes de clase media-alta, hijo de una profesora universitaria y un fotoperiodista que militó en los Panteras Negras, no le ayudaban precisamente. Lo que se llevaba por entonces era el rap que bebía de la calle, el de gente que lo había tenido difícil y sabía de lo que hablaba. Por eso, cuando siendo ya un productor más o menos reconocido decidió dar el paso y grabar sus propias rimas, no encontró los brazos abiertos de todo el mundo precisamente. Compañeros de pecera llegaron a calificar su rap primigenio como mierda, así sin medias tintas.
Sin embargo, no tuvo que esperar mucho West para cerrar bocas. Ya con este estreno se hace fuerte y demuestra sin esfuerzo que es capaz de casar unas bases de rítmica ligera con unas inquietudes bastante agudas para la media. El álbum inaugura lo que iba a ser su trilogía sobre la educación universitaria, si bien, aunque toca la cuestión desde varios ángulos, las temáticas son tan variadas que el hilo conductor entre esos tres álbumes está más en sus títulos que en el interior. Básicamente, y entre otros muchos temas, West se dedica en este álbum a repartir entre todos aquellos que no creyeron en él. Tiene para todos: policías, profesores y ejecutivos discográficos.
Unas diatribas que envuelve en melodías sedosas en las que juega con el R&B a su antojo para demostrar que el soul es uno de sus ingredientes favoritos a la hora de crear. Porque si algo identifica a este álbum y a este artista es que, a pesar de ser rapero de pro, no se atemoriza ante una buena melodía. Veamos como ejemplo la suavidad almibarada de "Slow Jamz", una auténtica maravilla. O mi favorita, esa "Never Let Me Down" en la que samplean y toman la melodía de "Maybe It's the Power of Love" (Blackjack, 1980) para crear una delicia en la que el flow de West y el de su amigo Jay-Z gana en autoridad y poder enfrentado a la fruta fresca de la tonadilla que vertebra el tema. Una canción de la que es imposible cansarse.
Tampoco querría olvidarme del experimento con el que cierra el álbum. Doce minutos de spoken word más que de rap en los que Kanye nos cuenta con detalle y sin un ápice de poesía las dificultades que tuvo que afrontar hasta conseguir su contrato discográfico con el que pudo publicar este debut. Un tour de force que da fe de las inquietudes y el talento del rapero que estaba llamado a capitanear el viraje del hip hop más exitoso del nuevo siglo. Con estos ingredientes, con ese chipmunk soul que se trajo de su experiencia como productor y que consistía en acelerar las voces hasta dejarlas en un agudo de dibujos animados, y con toneladas de clase y sabiduría a ambos lados de la pecera, el de Chicago pudo sacarse de la manga este discazo y así entrar en la industria por la puerta grande. Y esto era solo el comienzo.
★★★★☆
No hay comentarios:
Publicar un comentario