ROCK SINFÓNICO. No comparto la teoría tan extendida de que esta es la obra maestra de Pink Floyd. Tampoco me coloco en el extremo opuesto. No, no es un mal disco. ¡Qué poca loa para tamaño monumento!, dirán muchos. Y es que no soy muy fan del rock sinfónico, esa es la verdad. Lo que no quita que aprecie los hallazgos sonoros de este grupo, que, con sus luces y sombras, han ofrecido cimas de experimentación en estudio y un puñado de melodías para la posteridad.
El disco, más que por sus letras, suena conceptual. Otro motivo para la sospecha si no fuera por la solidez de su fluir, que hace imposible no acabárselo cada vez que se pincha. Además, a veces pienso que suena tan tranquilo que aburre, aunque a decir verdad tampoco hay que ser injusto. Lo cierto es que de alguna manera va aumentando en intensidad de forma gradual hasta estallar en los coros soul de "Great Gig in the Sky" y en el solo de guitarra de "Money". Eso sí que me gusta. Lo que no está directamente emparentado con los fastos huecos que Dave Gilmour se apresuró a incorporar al sonido de la banda una vez que se deshizo de Syd Barrett. Y es que, si en los primeros discos sin el geniecillo lisérgico parecían no atreverse a dejar totalmente de lado los postulados con los que se inició el grupo, en esta obra de sonido y magnetismo faraónicos se quitan la careta y ofrecen una muestra más que evidente de lo que iba a ser Pink Floyd en su estado más sinfónico y tremendista. Sí, el título no engañaba.
El disco significaba la culminación de un viaje cuyo origen podíamos situar en el libro infantil The Wind in the Willows (Kenneth Grahame, 1908) y con destino en 2001: A Space Odissey (Stanley Kubrick, 1968). O eso les gustaría a ellos, porque apelar a la hondura filosófica de la obra de Kubrick me parece demasiado para con un grupo que se perdió en sus ínfulas y no supo apreciar la ironía, la perversidad y el gusto exquisito de la locura de Syd Barrett. Lo que hace más sorprendente y arrebatadora esta lección de góspel espacial en toda regla.
En conclusión, con todas sus luces y sombras, el álbum no puede llenar el título. Un título tan evocador y afortunado que duele que se aplique a esta obra. Y precisamente por todo esto no puedo hundirlo en el olvido de los errores discográficos. Hay demasiados de este tipo por ahí que hacen que se puedan apreciar los vapores de autenticidad que emanan de una obra que, para bien o para mal, va a sobrevivirnos. Y eso vale mucho.
★★★★☆
Total: 43 min.
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