COUNTRY. John Prine es de esos artistas cuyo éxito no va de la mano del respeto que provoca en sus compañeros de profesión. Un cantautor que a pesar de ser adorado por luminarias como Bob Dylan o Johnny Cash, a pesar de ser considerado uno de los más grandes escritores de canciones de la historia, no ha amasado una popularidad acorde a semejantes alabanzas. Todo un caramelo para mí, pretencioso como soy, para dármelas de listo y alinearme de inmediato con todos esos entendidos.
Con estas premisas me enfrento a la obra señera del de Illinois. Sin embargo, nada más escuchar la primera canción, de atender a su forma de desgranar los versos para contar esas historias entre la cotidianidad y la comedia, me doy cuenta de que no hay que ser muy listo para poder disfrutar esto. Solo hay que escuchar con un poco de atención, pero cualquiera con un par de orejas y un corazón que medio funcione llegará a la conclusión de que estamos ante un artista mayúsculo. Hasta yo puedo ver sin forzar las cosas que estoy ante un artista que sabe cómo hilvanar un buen relato, que sabe adornarlo con una melodía sencilla y ultraefectiva, que sabe que para que su sentido del humor sea entendido por todo el mundo, no debe andarse con sornas ni sarcasmos.
Es demasiado evidente que estamos ante una joya de álbum, el disco que reclama su estatus como pórtico de entrada a la obra del cantautor. Una obra en la que resuenan los ecos de Gram Parsons, Merle Haggard y hasta el propio Dylan. El resultado de una retroalimentación en la que Prine no se ha limitado a digerir cosas, sino que también ha ofrecido una buena cantidad de material del que se han alimentado los demás. Será por eso que todos lo quieren y lo colocan en el pedestal donde ponemos las cosas más sagradas.
★★★★☆
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