PSICODELIA. Siendo sinceros, es difícil no calificar al disco anterior, Shooting at the Moon (1970), como un gatillazo. Un noble intento, una curiosidad que, por mucho que contenga esa delicia que es "May I", no puede sobreponerse a la dureza de una experimentación a todas luces errática. Un semifallo (delicioso si me apuran) que ponía las cosas difíciles para la continuación, un álbum que se nos presenta con un título juguetón que ya anuncia muchas cosas antes de ponerlo a girar.
Para empezar, nos deja bien claro que Kevin Ayers no se iba a arredrar ante nada ni nadie, y que sus ansias exploratorias permanecían intactas. Tras una primera escucha tan solo al primer tema, podemos decir que no solo están inmaculadas, sino más vivas que nunca. Y además, con un gusto, una pertinencia y un rumbo bien marcado que no encontrábamos en su hermano mayor. Será por eso que el tercero en solitario del geniecillo de Canterbury cotice tan bien en una discografía cargada de motivos para el regocijo.
Sobre todo, lo que aprecio aquí es una vuelta al pop más rutilante. Una vuelta no exenta de rugosidades y excesos experimentales perpetrados desde los rincones más oscuros, pero una vuelta decidida, brillante y valiente. Algo que acaba elevando al disco por encima del pastiche y el ejercicio de estilo, hasta erigirse en una experiencia vibrante en toda su exigencia y refulgente en medio de un mar de nubarrones. Sí, en su tercera referencia, Ayers no solo consigue mantener a flote la embarcación. También logra gobernarla con eficacia y sentido para encontrar el rumbo que no había llegado a perder, pero que nos generaba un par de dudas. Grandísimo golpe en la mesa en el que puede ser su álbum más accesible y disfrutable.
★★★★☆
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