POP. Aquí está la prueba de la auténtica valía de un artista sin parangón. Cuando quince años después de tu última referencia discográfica, casi cuarenta después de tu debut en solitario, eres capaz de poner toda la carne en el asador y sacar una obra como esta, lo único que puede hacer el público es quitarse el sombrero y aplaudir hasta que nos sangren las manos.
Ayers declaró en el momento de su edición que se trataba de un álbum muy reflexivo, lleno de amores, sentimientos y sensibilidades perdidos. Según afirmó, para ser honesto era necesario incluir parte de su sangre, sudor y lágrimas. Sinceramente, y no hay que ahondar mucho, creo que ahí radica la clave de una grabación para la que contó con la colaboración de luminarias del nivel de Teenage Fanclub, Ladybug Transistor, Neutral Milk Hotel, Gorky's Zygotic Mynci y Roxy Music. Bueno, en realidad, de algunos miembros de dichas bandas. Un plantel sea de auténtico oropel que no es sino otro detalle que añadir a la hora de explicar la calidad de uno de los mejores discos del de Canterbury.
Y lo sabemos demasiado bien. Toda esta intención confesional no garantiza éxito alguno. Anda que no hay intentos que se han quedado en el fracaso más absoluto. Pero, con toda la incertidumbre que se quiera, cuando uno se confiesa porque tiene que hacerlo, porque tiene cargas que soltar. Si se toma el tiempo necesario, si sopesa sus palabras y si encuentra el reposo y la distancia que tal operación requiere, entonces te sale tu obra maestra, tu diario más íntimo... Te acaba saliendo, digámoslo sin miedo, el disco de tu vida.
★★★★☆
No hay comentarios:
Publicar un comentario