An American Prayer (Jim Morrison / The Doors, 1978)
LOUNGE & POETRY. Este fue un proyecto de dudosa intención que salió bastante bien. Jim recitando sus poemas y los demás Doors poniéndole música de fondo. Resultados irregulares donde destacan momentos de belleza ingrávida y lírica como ese "Ghost Song" o esa despedida de nudo en la garganta con "A Feast of Friends" sobre el "Adagio" de Albinoni. Muy interesante, casi notorio, si tenemos en cuenta que es una fría reconstrucción.
Está claro que esta obra está pensada para completistas que necesiten profundizar en la obra del Rey Lagarto. La coartada económica sobrevuela el proyecto en todo momento y, a decir verdad, no acaba de evaporarse del todo. Mientras lo escuchamos resulta imposible abstraerse del hecho de que los tres supervivientes del grupo tocaron encima de una grabación de Jim. Esa tara es indiscutible. No es este constructo un ejemplo de frescura ni nada parecido.
Y aun con todo este lastre logra remontar el vuelo. Un vuelo corto y casi a ras de suelo, pero vuelo al fin y al cabo. El disco se forma a partir de retazos, trozos extirpados de la vida del cantante y de las canciones que lo encumbraron. Versos que nos remiten a tal o cual canción, fragmentos directamente expoliados y colocados fuera de contexto para fabricar algo nuevo. No siempre funciona, incluso chirría en bastantes momentos, pero sí que logra crear una atmósfera especial.
En resumen, un trabajo efectista que aporta muy poco al imaginario y la leyenda de la banda, pero que sobrevive en esa interzona, entre el bien y el mal, flotando en la nebulosa meditativa que consigue crear. Más que un disco, un ritual diseñado exclusivamente para los creyentes más fanáticos.
★★★☆☆
Total: 38 min.
Y es una escena muy ilustrativa de la soledad en la que se encontraba Jim. De eso y de lo mucho que le importó siempre el arte y la literatura por encima de la frivolidad y lo bombástico que rodea a una estrella de rock.
Este disco, si representa algo bueno, para mí es eso. El retratar ese ansia exploratoria, esa necesidad vital de expresarse a través de algo superior. Junto a sus volúmenes de poesía, nos trae al Jim Morrison más íntimo, al más angelical y quizás al más auténtico. Que no quiere decir que sea el más importante ni el Jim que vaya a perdurar en la memoria colectiva, pero para el fan es más que interesante no olvidar esta faceta de su ídolo.
Y en cuanto al contenido poético, es cierto que a veces me enamora, otras me mece entre sus frágiles brazos y muchas otras me puede por su hermetismo y por lo que me parece un infantilismo endiosado, pero tanto en su título como en múltiples recovecos del mismo aprecio un deseo por parte de Morrison de acercarse a los grandes.
Concretamente, en buena medida, por su americanismo panteísta y su afán de universalidad, al Walt Whitman de Hojas de hierba (1855). Y que no lo consiga ni de lejos no le resta ni una micra de mérito a un intento tan ingenuo como valiente.
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