Rufus Wainwright (Rufus Wainwright, 1998)
TORCH SONGS. En estos comienzos Rufus Wainwright se aparecía como el nuevo Nick Drake. Más bien nos lo vendían así, como el salvador de la música alternativa, el que podría arrimarla de nuevo al mainstream. Sus credenciales, un talento compositivo sobresaliente, una sensibilidad poética inmaculada para volcar en sus letras, y su voz, esa voz de oro que por sí sola hace innecesaria cualquier otra explicación.
El tiempo puso las cosas en su sitio y tachó de injustas las comparaciones porque Rufus tenía un talento propio fuera de toda duda, cosa que se refrendaba en sus actuaciones, auténticos espectáculos que lo mostraban como el animal escénico que es. Claro que en este estreno todo esto está más diluido, a veces solamente esbozado, todo es más pacato, más escaso y su voz más tímida y más incapaz de volar libre al recrearse en sí misma en demasía.
Con todo, este debut es un disco sugerente y tiene un interés fuera de toda duda para aquél que quiera acercarse a la obra del norteamericano, o del canadiense, como prefieran. Si buscan al nuevo Leonard Cohen o al nuevo Elton John, escuchen este disco. No van a encontrarlos pero a cambio se van a dar de bruces con un artista genial, o uno a punto de serlo, en esos minutos previos irrepetibles que con el peso de la fama se echarán de menos.
Y de todo lo dicho antes, algo hay. Algo de Nick Drake, de Leonard Cohen, de Elton John, pero también de Judy Garland y del cabaret. Algo de eso que muchos quieren ocultar pero que sale inevitablemente cada vez que Rufus abre su boca o toca el piano. Algo que se tiene o no se tiene y que Wainwright derrama generoso por los cuatro costados. Todavía no era genial pero ya se intuía que esto sólo era la punta del iceberg.
★★★☆☆
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