Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (Courtney Barnett, 2015)
ROCK. Lo que más sorprende del estreno de la cantautora australiana es su capacidad camaleónica para transportarnos con una credibilidad que solo puede dar el haber escuchado mucho antes de plantearse abrir la boca. Será por eso que este disco suena y huele tantísimo a Nueva York, a Patti Smith, a Lou Reed y su Velvet Underground, a Jim Carroll o a Kim Gordon y sus Sonic Youth. Es increíble la habilidad que tiene Barnett para evocar un paisaje que parece habitar con total naturalidad. Después nos enteramos de que viene de Sidney y no podemos más que frotarnos los ojos con incredulidad.
A pesar de lo que nos podamos imaginar con esta presentación, su propuesta es de amplio espectro y viaja con facilidad entre lo más ligero y lo más abisal y crudo. En tonadas de una electricidad que puede ir de contagiosa a ponzoñosa, nos encontramos números saltarines y perlas negras donde manda el rajo y las entrañas entre estertores de verso libre e indestructibles telarañas eléctricas. A este último grupo, el más jugoso, pertenecen las tres joyas más refulgentes del álbum en mi opinión: "Pedestrian at Best", "Small Poppies" y "Kim's Caravan". Tres detonaciones bestiales capaces de reconciliar con el rock al más descreído del planeta.
Todo esto, por supuesto, sin desmerecer a todas esas canciones de rock algo más convencional y coreable, el auténtico alma y secreto de un álbum que no juega al despiste. Un disco de rock en el más auténtico, anticuado y maravilloso sentido de la palabra. Una gozada de medios tiempos pizpiretos y guitarrazos sin tapujos en medio de toda esta vorágine ultratecnológica y plastificada en la que nos movemos a diario. Hacen falta muchos más como este.
★★★★☆
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