GRUNGE. El debut de los Smashing Pumpkins gana con los años, cosa que no se puede decir de buena parte de su catálogo. Los motivos son bastante evidentes. A pesar de que también se cuelan conatos de autoindulgencia algodonada ("Crush"), lo que manda aquí es el rock duro que nunca debieron abandonar, o mejor dicho barnizar con tantas capas de melindrosidad. Como digo, también hay ramalazos de los excesos que vendrían, pero al menos podemos afirmar con orgullo que del lirismo post-victoriano no hay todavía ni rastro. Incluso los momentos más lentos están bañados de oscuridad y una relativa truculencia que les da un cierto empaque.
Gish, el debut de una banda que ya se miraba sin miedo en los excesos de los años 70, es un magnífico disco de rock que sale airoso del envite con todos los peros para erigirse en uno de los momentos más inspirados de los Pumpkins. Todo un dechado de contención que me sigue encandilando tantos años después. Será por su concreción, por su pegada y por lo fácil que se deja escuchar, pero cada vez que me lo pongo no dejo de arrepentirme de haberlo sepultado tan debajo de algo como ese ampulosísimo Mellon Collie and the Infinite Sadness (1995), una obra gigantesca y hermosísima, pero que muere de esa belleza de la que se alimenta hasta dejar repleta su enorme panza. Aquí no hay (casi) nada de eso. Algo que, lejos de echarle en cara, debemos alabarle en todo momento.
★★★★☆
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