COUNTRYPOLITAN. Tras dos discos con The Reclines en los que Lang trataba de darle la vuelta al country para llevarlo a su terreno, de alguna forma, necesitaba este baño de clasicismo y ortodoxia. Fue Owen Bradley el que vio el potencial inmenso en la voz de una artista incómoda para el público potencial del country por su androginia y sus ganas de hacerlo a su manera.
El productor de las obras más grandes de Patsy Cline se la llevó a Nashville y le grabó este disco en el que la canadiense se enfrenta a lo más parecido a una colección de estándares del country con todo el sabor de la ciudad donde lo grabó, con toques de swing, jazz y pop. En más de un tema, su prodigiosa voz nos recuerda a los crooners más clásicos y canónicos en un ejercicio actoral de muchos quilates. En otros se muestra saltarina y gozosa entre arreglos pizpiretos y frescos que parecen traernos de vuelta a la mismísima Cline, que ejerce de espejo y guía durante todo el disco.
Toda la gracia y la maravillosa actitud de Lang no hace sino rubricar que estamos ante una artista mayúscula. Una artista capaz de interpretar como nadie partituras ajenas, pero no podemos olvidar que sería su faceta de compositora la que le ayudaría a dar ese paso más que aquí simplemente no era el momento para dar. Después llegarían obras más ambiciosas, véase su supuestamente prodigioso Ingénue (1992), pero el gozo que provoca este álbum de cabo a rabo, lo inmaculado de sus arreglos orquestales y sobre todo la presencia majestuosa y robusta de la voz de Kathryn Dawn hacen de este estreno en solitario una pieza irrebatible dentro de su canon. Y eso a pesar de o gracias a su inmaculada pulcritud.
★★★☆☆
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