Faith (The Cure, 1981)
POP SINIESTRO. El vértice más doloroso de la trilogía siniestra. Un imberbe Robert Smith trata de exponer una tesis sin conclusiones ni resultados sobre la fe, la condena y la redención. En una obra depresiva y evocadora que toma el testigo de Seventeen Seconds (1980) para tratar de llegar más hondo que su estreno en los terrenos de lo gótico.
Para ello redoblan la solemnidad, haciendo que lo lento suene aún más moroso y arrastrado, y lo atmosférico todavía más etéreo. Un ritual de bajos gordos, baterías hipnóticas, teclados fantasmales y guitarras espectrales. No es de extrañar que los compararan con The Doors o Pink Floyd, aunque a nuestros oídos poco o nada de eso haya aquí.
Aun así, el disco no recibió loas unánimes ni nada de eso. Ha sido el tiempo el que lo ha acabado colocando en su sitio como una de las obras clave de la música con querencia siniestra y alma pesimista. Puede que Robert pretendiera dialogar aquí con Nietzsche o Schopenhauer, pero pocos son los que pondrían las letras de esta obra a ese nivel. Sí que hay bastante de esa Trilogía de Gormenghast, las novelas que publicara Mervyn Peake entre 1946 y 1959 dentro del género fantástico, con numerosos toques góticos y surrealistas.
A veces, sin embargo, da igual que no se alcance el objetivo pretendido. Está claro que Smith, el jovenzuelo que escribió este álbum, era un muchacho leído y pretencioso a la vez, pero no podemos menospreciar el hecho de que, a diferencia de la mayoría, se hiciera preguntas, ya encontrara la respuesta a ellas o no. Por eso, aunque este disco pueda sonar ingenuo y adolescente, sigue hiriendo como el primer día. Porque a partir de sus lamentos y sus suspiros podemos volver a reivindicar la necesidad del ateísmo. No es poca cosa en estos tiempos de mojigatería y pensamiento único.
★★★★☆
No siempre pasa, pero a veces una gran obra rubrica su estatus por la conjunción de música y envoltorio gráfico. Aquí, Porl Thompson, que había sido miembro del grupo y volvería a serlo en el futuro, envuelve al vinilo en una foto velada de la Abadía de Bolton en la niebla. Todo un acierto que entronca con esa infancia perdida de la que también habla Robert Smith en el disco. No en vano, dicha abadía era un lugar frecuentado por él de pequeño.
El toque final, el golpe de efecto para una obra de cariz existencialista, con Kierkegaard en el punto de mira de un joven Smith férreamente educado en un catolicismo que en ese tiempo veía escapársele por entre los dedos. Grandes temas, por tanto, los que se tratan aquí. Algo que de por sí no es garantía de éxito, pero que unas pocas veces en la vida convierte tus apuntes en algo que merece la pena.
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