Guadalupe Plata (Guadalupe Plata, 2018)
BLUES TÓXICO. Estos siguen oyendo voces, siguen haciendo música que se enrosca y envenena como mil serpientes. Este es el quinto trabajo ya y por mucho que las coordenadas por las que se mueven no dejen mucho espacio para la innovación ni los giros endiablados, parece claro que es más fácil que nieve en el infierno a que les salga un disco malo.
Aquí se aprecian novedades jugosísimas que demuestran que la dieta blues de la banda es variada y que la digieren a la perfección. Un metabolismo superdotado que hace que aquí se atrevan con la botella de anís y las tonadas andaluzas o que se metan de lleno en un blues africano que recrean a las mil maravillas. Cosas nada fáciles y que pondrían a cualquier artista al borde del precipicio.
Pero es que lo de este trío no es de este mundo. Con el tiempo han conseguido ir ampliando las partes vocales hasta darles una profundidad que no existía en sus comienzos. Y lo han hecho sin renunciar a un estilo que basa su fuerza en la fragilidad de lo mínimo, en no entrar en grandes disquisiciones filosóficas, en potenciar lo atávico, lo epidérmico, el espasmo y el exabrupto. Con este discazo, los jienenses han dado un golpe en la mesa dejando constancia incontestable sobre cómo se debe hacer eso tan malsonante que llamamos madurar.
★★★★☆
No todos son conscientes de ello. Incluso en los EE.UU. hay que ser muy estudioso del tema para saber y reconocer que los orígenes del blues no están en el delta del Mississippi, sino en el del Níger. África, una vez más, es la gran madre del cordero, el origen de todas las cosas.
Por supuesto, Guadalupe Plata no son ajenos a esto y en este disco invocan en un par de temas los espíritus de popes como Ali Farka Touré (también el vudú de Dr. John o el toque fronterizo de Ry Cooder, pero todo eso no es tan novedoso).Y con ello dejan claro, si no lo estaba ya, que son los más listos de la clase.
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