Las canciones del agua (Los Planetas, 2022)
POP ALTERNATIVO. Los Planetas se la juegan en su décimo disco y nos ofrecen una colección de canciones tan dudosa como sorprendente. Las claves del mismo las han aireado ellos mismos a los cuatro vientos. A saber, una obra que va de lo local a lo universal, de lo íntimo, su Granada, todo lo que les ha ayudado a superar un confinamiento criminal, a lo público, el mundo, la gestión de la pandemia, la locura y los chivos expiatorios.
Un disco que, como viene siendo su costumbre, es un retrato fidedigno de estos tiempos asesinos. Una obra que abre nuevos caminos para los granadinos, principalmente en esa cara A que se muestra como el colmo del pastiche, con dos versiones, unas alegrías a guitarra española y voz y una canción-río sobre un poema de Lorca. Es precisamente esta última, ese "El manantial" que abre el disco, la canción señera, el emblema indeleble de un álbum que en su cara B se muestra mucho más vulgar y acomodaticio.
Para mí ese es el verdadero problema de esta grabación. La mediocridad melódica que campa a sus anchas en una cara B de la que solo destacaría la serenidad explosiva de "La nueva normalidad" y los coros finales de una muy interesante "El antiplanetismo". Y es que aquí J parece haberse centrado tantísimo en los textos (no siempre lo profundos y certeros que pueden parecer) que se ha olvidado o no han podido entre todos encontrar esa chispa pop que hace que las canciones salten de lo interesante a lo inmortal.
Por eso este disco no acaba de matarme. No porque versionen a Carlos Cano ni, rasguémonos las vestiduras otra vez, a Khaled, cosas ambas que solventan con una gracia infinita para llevárselos a su terreno. Una forma grácil de esquivar esa sequía creativa que parece asolar a la banda en los últimos tiempos. ¿Se acuerdan cuando eran capaces de entregar un EP y unos cuantos singles antes del disco, con canciones que no iban a incluir en el mismo, y no sabías si era mejor el LP o los adelantos? Eso parece haberse acabado para siempre. Ahora manda el reciclaje, el pastiche feroz y la adaptación de material ajeno. No es una queja. Eso, de hecho, creo que es lo mejor que podemos sacar de un álbum, en cierta forma, mayor dentro de su discografía. Curiosamente, un trabajo mayúsculo, imponente, al que le fallan las canciones. No me pidan que lo explique, pero esa es la sensación que me deja.
★★★☆☆
Si esto va de contraponer lo local con lo universal, debo decir que gana lo local. Por goleada. Será que a pesar de todo nuestro cosmopolitismo, al final, lo que queda siempre es lo que nos corre en la sangre. De ahí que de este disco me quede con Lorca y esa llamada a fundirse con la naturaleza tan whitmaniana y tan necesaria entre tanto hormigón y tanto acero.
Me quedo con eso y con el tartamudeo de Khaled, tan torpe en apariencia, tan inane, pero tan preciso en realidad a la hora de hablar de esta globalización asesina. También me quedo con ese J tratando de entonar encima del flamenco más ortodoxo que hayan hecho nunca (no toca Florent, claro), en una nueva vuelta de tuerca a su obsesión por lo jondo. Y, por supuesto, me quedo también con la grandeza de Carlos Cano, siempre tan certero, tan jocoso y tan gigante a la hora de retratar a la sociedad y al alma humana.
Me quedo con todo eso, con la poesía de mi tierra, con lo que nos bulle dentro. Será por eso que en cuanto me enteré del título del disco pensé inmediatamente en las ruinas de los palacios árabes que pueblan Al-Andalus. Por su obsesión por el agua, por su papel central en sus patios, por su frescura y por la música que brota de su fluir. Por todo eso, además de todo lo que cuenta el disco, también tiene mucho de Medina Azahara y, cómo no, de esa Alhambra a la que hay que volver una y otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario