AMERICANA. Por encima de las comparaciones más que mencionadas, y más que ciertas, con Bob Dylan o The Band, aquí los Felice Brothers nos reconcilian con el arte de contar historias. Un arte en desuso en estos tiempos voraces, pero no por ello menos necesario como antídoto para este veneno espídico que es la vida moderna y que amenaza con devorar hasta el último resto de humanidad que nos quede.
Es cierto que la huella del deje nasal del bardo de Duluth puede resultar casi irritante en algunos momentos por su rebuscado parecido, pero no deja de ser una curiosidad que en ningún momento rebaja el poso a terruño, el sabor a barrica de roble que acaba dejando el disco. Y eso que cuando se pone farragoso, es capaz de ponérnoslo difícil, mucho más de lo esperado.
No me refiero a que se enreden en experimentos sin red ni nada de eso. Aquí manda lo tradicional, pero es cierto que la cadencia de los temas no es siempre la ideal para que les dediques tus cinco sentidos. Todos tienen una melodía reconocible, eso es indudable, pero a veces su morosidad o su ensimismamiento no acaban de atraparnos.
Una pena, porque los dos primeros temas, las letras y el buen hacer general nos dicen que aquí hay un grupazo. Una banda que está muy segura de lo que hace, que se lo cree y que iba a ser capaz muy pronto de dar un zarpazo de los que hacen pupita. Ahora, años después, lo digo porque lo sé, pero tampoco había que ser muy listo entonces para adivinarlo.
★★★☆☆
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