ROCK. Lo de los Rolling Stones es digno de estudio, pero de verdad. Con su batería original, Charlie Watts, fallecido en 2021 y sus tres miembros restantes rondando los 80 años, siguen dando conciertos y sacando discos como si lo suyo con el rock and roll no tuviera fin. Que espacien estas dos actividades no les quita ningún mérito al respecto. Que no puedan ni soñar con alcanzar los niveles del pasado, tampoco.
Aquí tenemos su vigesimocuarto álbum de estudio. ¿El último? Con todas las circunstancias mencionadas, es más que posible. No sería mala cosa, porque aun siendo más bien irregular, va mejorando conforme avanza hacia un final antológico que parece buscado a propósito. Esa "Sweet Sounds of Heaven" en la que participan Lady Gaga a las voces y Stevie Wonder a las teclas me parece un temazo de esos que no se les recuerdan en muchos años; y en cuanto al cierre, con la canción de Muddy Waters que les sirvió para bautizarse hace ya sesenta años, me parece una forma maravillosa de redondear una jugada que de repente parecen haber estado cocinando todo ese tiempo. Sobre todo porque, más allá de nostalgias y oportunismos, la versión a guitarra, armónica y voz hace justicia a la original como no podíamos imaginarnos.
Es cierto que a ratos parecen sonar como una de esas insípidas bandas para adolescentes, todo energía y fuegos artificiales, cero profundidad ("Whole Wide World"), pero hasta ahí percibo una cierta gracia que me resulta hasta pegajosa. Será que a su edad ni intentándolo van a dejar de sonar a los señores mayores que llevan tanto tiempo siendo. Será que por fin han conseguido encontrar la forma de expresarse acorde a sus canas. Serán todas estas cosas y algunas más que se me escapan, pero lo cierto es que los discos que los Stones han entregado en el siglo XXI son más que decentes. No sé si lo suficiente como para captar nuevos adeptos, pero sí que se bastan para acallar a los perros de la vieja guardia. Todos ansiamos esa despedida gloriosa que merece la mejor banda de rock and roll del mundo, pero si no puede ser, como parece, creo que podemos quedarnos sinceramente satisfechos con este digno testamento postrero.
★★★☆☆
Total: 48:30
En este último disco de los Stones se agolpan las curiosidades, ya sea en forma de colaboraciones, en su título y en ese intento por redondear el círculo que todos los artistas acaban buscando cuando ven cerca el final.
En cuanto a lo primero, los londinenses no han escatimado y han invitado a gente del calibre de Elton John, Paul McCartney, Stevie Wonder o Lady Gaga. Solo esta última presta sus voces mientras que los demás colaboran aportando toques sutiles con sus instrumentos. También es el último disco en el que podemos escuchar a Charlie Watts a la batería en un par de canciones que registraron en 2019. Por último, es bonito presenciar la colaboración de Bill Wyman al bajo, aunque sea en un solo tema, después de treinta años fuera de la banda.
En cuanto al título, se refiere a una expresión que solo se entiende en la capital del Imperio Británico y que se refiere a los cristales rotos después de una noche de juerga. Hackney es una zona de Londres tradicionalmente asociada con altos índices de criminalidad, de ahí la expresión. De alguna forma, también veo que esto conecta con esa intención por cerrar el círculo de la que hablaba, porque ¿qué ha sido la carrera de los Stones sino una larga noche de juerga que se ha prolongado durante más de sesenta años?
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