
POST-ROCK AISLACIONISTA. Aquí se estrenan estos magos de la música ambiental, con un disco en el que sientan las bases de una nueva forma de hacer rock a partir de las texturas y las atmósferas, con un enfoque muy minimalista, pocas voces y cascadas de arpegios amenazantes y teclados vintage. Un estilo que algunos llamaron post-rock y otros ambient sin llegar nunca a un acuerdo. No es de extrañar. Por mucho que apreciemos rastros de Codeine, Slint, Godspeed You! Black Emperor o incluso Tortoise (sin esos enrevesados patrones rítmicos), el toque flotante y casi evanescente que aplican aquí Labradford los acaba haciendo únicos en su especie.
Todas estas diferencias hicieron que los críticos se afanaran en definirlos con la unicidad requerida. De ahí surgió esta etiqueta de post-rock aislacionista, tal vez por su autarquía sónica, tal vez por su minimalismo militante. Una economía de medios que los llevó en estos comienzos a usar el drone como unidad mínima de expresión en lugar de abusar de la calma-tormenta o los crescendos borrascosos de sus coetáneos. Un aspecto más en el que se han diferenciado de los grandes popes de eso del rock después del rock.
En este disco podremos apreciarlos más oscuros y orgánicos que nunca, plantando la primera piedra de una construcción que se iría tornando cada vez más angulosa, más sintética y más vanguardista. Es cierto que hay excepciones y virajes claros en ese periplo. De Mi media naranja (1997) dicen por ahí que es el más cinematográfico y quizás el más cálido de todos sus trabajos. No lo he escuchado todavía, pero me quedo con esa descripción para tener claro, al menos, que este estreno es como una isla en su discografía. Por eso lo considero algo valioso a considerar si estás sopesando la inmersión en las aguas turbias de esta banda, además de una magnífica puerta de entrada a sus rugosos y retorcidos entresijos.
★★★☆☆
Total: 66:24
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