HARD ROCK. Las Runaways fueron un grupo diseñado para impresionar. Femeninas a la fuerza, ofrecían una insolencia y una rabia inédita en su género hasta ese momento a la hora de expresarse con la música. Su fuerza consistía en combinar la desfachatez iracunda del punk que se empezaba a fraguar en esos momentos con ese rock duro vetado hasta entonces para las chicas.
La artificiosidad de su creación se traslada directamente a su sonido, un rock formulaico que tiene poco que añadir a una escena bastante consolidada ya. Joan Jett (guitarra y voz) y Sandy West (batería y coros) formaron el núcleo inicial. No se conocían antes de empezar a tocar juntas. Fue el productor Kim Fowley el que unió sus caminos cuando fueron en su busca para tocar en un grupo. Y fue Fowley el que ayudó a completar el quinteto, que para la grabación de este disco, y tras algún cambio, quedó redondeado con Cherie Currie (voz y piano), Lita Ford (guitarra solista) y Jackie Fox (bajo y coros).
Una banda que lo basaba todo en una vehemencia y una rabia que nadie podía esperar de unas adolescentes con su aspecto angelical. Un grupo que nunca llegó a triunfar en su país, aunque logró una fama más que merecida al otro lado del Atlántico y sobre todo en Japón. Todo lo que las hizo grandes se encuentra concentrado en este interesante debut. Como digo arriba, no se puede entrar en este disco buscando la panacea de la innovación, pero eso no significa que no ofrezca ganchos sabrosos.
The Runaways acaba metiéndose en tu piel por su mezcla de suciedad y precisión, por su amateurismo y su frescura indomables y por una forma de decir las cosas que, siendo la de siempre, nos suena nueva y rozagante. Un disco que es capaz de traerme a la cabeza el sonido de cosas tan ajenas a él como el British Steel (Judas Priest,1980), el Black Metal (Venom, 1982), ese Van Halen (Van Halen, 1978) o a los primeros Motörhead. Curiosamente, es anterior a todos ellos. Puede que ahí esté la clave. Sí, no sé muy bien qué es, pero este estreno tiene algo.
★★★☆☆
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