ROCK. Los Rolling Stones se dejan de zarandajas por fin y consuman un retorno a las bases tan natural que parece que no ha sido planeado en absoluto. Cierto esto o no, su vigesimosegundo disco rezuma una espontaneidad que hace que parezcan haberse olvidado hasta de sí mismos. Como si se hubieran desembarazado de toda obligación de sonar de una cierta forma o de cumplir unos requisitos ya establecidos. Casi como si fueran una banda desconocida que estuviera empezando. Y todo a más de cuarenta años de su debut discográfico.
A este A Bigger Bang le falta lo que a sus otros intentos de reactivación les sobraba: pelotazos instantáneos. No hay nada que se acerque al brillito de "Anybody Seen My Baby?" o "Love Is Strong", temazos que actuaban de engañabobos en medio de toneladas de insulsez en álbumes que acababan no sabiendo a nada. Aquí no hay ningún tema que pueda enarbolar la bandera en sus nuevos planes de conquista. Será por ese trabajo en equipo, pero lo cierto es que me quedo con estas canciones gustosas y con un nivel medio más que aceptable. ¡Qué coño aceptable!... Notable, seamos justos. ¡Si hasta las que canta Keith son estupendas!
Con todos estos parabienes, que no quieren decir que estemos ante un nuevo Beggars Banquet (1968) ni siquiera ante un nuevo Some Girls (1978), poco se puede achacar a un disco que puede que nos esté haciendo la foto de los mejores Stones posibles a estas alturas. Algo que, ¡oh, sorpresa!, resulta mucho mejor de lo que un servidor se esperaba.
★★★☆☆
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