JAZZ POP. Después de la travesía por el desierto que supusieron los 80 para la canadiense, y tras dos álbumes en los que confirmaba un retorno a las formas que la habían hecho grande en la década anterior, este álbum, el decimosexto, aprovecha esa inercia y nos presenta a una cantautora serena y con ganas de seguir expresando sus zozobras. Y bastante más apagada, que también hay que decirlo.
El álbum se diferencia y beneficia del empleo de guitarras sintetizadas por parte de Joni. Con esto, aparte de crear un sonido mucho más atmosférico y envolvente, la cantautora se evitaba el engorro de tener que perder el tiempo con sus originales y personalísimas afinaciones, cosa que influyó de manera decisiva a la hora de dejar de tocar en directo desde 1983. Ahora, simplemente apretando un botón, cambiaba la afinación de su guitarra, lo que le abrió todo un mundo de posibilidades, si bien el sonido que reluce en el disco no tiene nada que ver con la calidez que sacaba de la guitarra acústica en sus comienzos.
Todo esto no cabe duda que redunda en la calidad excelsa del sonido, pero también en la asepsia que siempre me ha molestado tanto. Las canciones vuelan alto en este disco, pero cómo me gustaría que se acercaran un poco para tocarlas. En fin, que no se puede tener todo, y si bien estamos ante una obra gustosa en una línea más que interesante, tampoco puedo decir que vaya a dejarlo todo para correr en pos de esta Joni Mitchell postrera, la cual, sin prisas ni agobios, sin una voz más alta que otra, estaba dando sus últimos coletazos de creatividad con elegancia y gusto infinitos, pero sin las ganas devoradoras que se le presuponían.
★★☆☆☆
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