
DEATH METAL. La progresión de la banda respecto a su debut, disco fundacional por otra parte, es mayúscula. En uno de los infinitos cambios de formación que llevaría a cabo Chuck Schuldiner, Rick Rozz coge la guitarra y Bill Andrews las baquetas. El bajo, por mucho que se le acredite al bueno de Terry Butler, lo tocó en realidad Chuck. Una prueba del dominio absoluto del líder del combo. Si a estas incorporaciones les añadimos la ingeniería de sonido de todo un Scott Burns, auténtico gurú en esto de los sonidos más extremos, nos podremos hacer una idea del porqué de las mejoras en un sonido que gana por aplastamiento.
Y gana porque, sin abandonar la imaginería necrofílica y demoníaca, Schuldiner empieza a introducir algo de sutileza, juega con el tempo de manera más colorida y de alguna manera hace florecer la barbarie para preparar el terreno para cosas mucho más grandes. Unas dinámicas mucho más interesantes, unos temas mucho más redondos y atractivos para aproximar la misma casquería sónica a una excelencia que sitúa a este álbum como uno de los favoritos de la afición. Un trabajo complejo, coleante y brutal. Sin lugar a dudas, el mejor álbum de la banda en su primera época. Aterra por lo que contiene, pero casi más por lo que anuncia.
★★★☆☆
Total: 38:24

La portada tiene algo extraño, algo que va más allá de lo incómodo y hasta lo desagradable. Sus colores me resultan extraños y no me enamoran. Tampoco esa conexión extraña que me lleva a esos Moradores de las Arenas del planeta Tatooine en la saga Star Wars. Algo que no es malo de por sí, pero que por lo que sea no ayuda a que el álbum germine y crezca en mi interior.
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