Veneno (Veneno, 1977)
FLAMENCO LIBRE. Se ha dicho ya de todo sobre este torrente de libertad sin controlar, este exabrupto apenas dos minutos después de la muerte del dictador. Un disco que, como ese The Velvet Underground & Nico (1967), ha sido mucho más influyente que exitoso. De hecho, como dicen sus protagonistas, tardamos treinta años en darnos cuenta, no ya de su importancia, sino de su propia existencia. Un disco producido por el enorme Ricardo Pachón y que como otros de sus hijos más insignes, La leyenda del tiempo (Camarón, 1979), Guitarras callejeras (Pata Negra, 1985), fue un fracaso comercial sin paliativos. A ver si ahora podríamos entender por dónde han ido los tiros con el flamenco y sus mil bifurcaciones sin acudir a ellos.
Como en las mejores historias, todo surgió de manera casi fortuita. El más puro azar juntó a un Kiko recién llegado de California a Sevilla, cargado de discos y de ansias de libertad, con unos gitanos de las tres mil viviendas que ya mostraban una pasión inusitada por la música, por la guitarra para ser más precisos. Ellos le descubrieron a Camarón y Kiko les abrió las puertas del blues y Pink Floyd. Un intercambio que no pudo ser más fructífero a la hora de dar salida a lo que pasaba por sus cabezas en esas sesiones interminables en la casa del catalán de nacimiento. Unas sesiones sin rumbo ni dirección, maceradas por el humo del hachís y en las que se perdían día tras día sin saber muy bien el motivo y sin ningún plan previsto.
Ya desde el principio contaron con un montón de obstáculos e incomprensión. Ni los gitanos comprendían que hacían los Amador todo el día liados con los jipos, ni el entorno de Kiko acababa de entender que se pudiera hacer nada "moderno" a partir del flamenco. Con el tiempo ha quedado la idea de que el universitario y leído cantautor había "envenenado" a un par de gitanos ingenuos para llevárselos a su terreno, aunque nada más lejos de la realidad. La retroalimentación entre los tres siempre fluyó de manera libre y multidireccional, por mucho que las letras y buena parte de la música hubieran surgido de la mente de José María López Sanfeliu. Qué duda cabe que sin la aportación de las guitarras callejeras de los Amador nada de esto habría sonado como lo hace. Es más, nada de esto hubiera sido posible.
¿Y qué era esto? Pocas veces he visto más difícil describir a qué suena un disco que con esta obra, que por eso, entre otras cosas, cuesta tanto digerir y, una vez logrado esto, cuesta tanto desprenderse de la piel. Pues está claro, bueno, no tanto, pero se intuye que hay un fondo flamenco o al menos andaluz en estas composiciones. Si la voz de Kiko, el cual canta con una violencia casi punk, se empeña en borrar esos restos, las guitarras de los Amador, serpentinas, entrelazadas a la perfección en un caos glorioso, se encargan de recordarnos cuál es el ADN de esta música. Una música experimental como ninguna música que se haya hecho en este país. Surrealista, juguetona, antisocial por momentos, pero terriblemente contagiosa.
Una música tan celestial como demoníaca, tan pensada y ensayada como espontánea y loca. Veneno, gracias a la producción inmarcesible de Ricardo Pachón, a su idea para la portada (la cual fue vetada por la discográfica al instante) y a la batería incomparable de Antonio Moreno "el Tacita", siempre me ha sonado como el mejor intento por mostrar cómo sonaría la esquizofrenia controlada. Si esto fuera posible, esta obra inmensa, extraña, inaprensible y terriblemente adictiva sería el molde para tratar de replicar algo que no puede repetirse. Después de esta poco más de media hora llegaría la disolución abrupta de una banda que no podía durar de ninguna de las maneras. Doce años después, Raimundo y Kiko trataron de continuar el legado, pero ni ellos consiguieron seguir un camino que a día de hoy nadie sabe de dónde surgió ni hacia dónde se dirigía.
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Hay que hacer una mención especial a la portada, idea de Ricardo Pachón para la cual mandó fabricar un hierro de marcar con la palabra "VENENO", la cual estampó en una barra de medio kilo de hachís auténtica. La fotografía de dicha piedra medio envuelta en papel de aluminio fue demasiado para una discográfica que paró la producción en cuanto pudo para cambiar la carátula por esa inexpresiva instantánea con la palabra veneno sobre un fondo que parece arena, hormigón o vete a saber qué ñoñez.
De todas formas la idea inicial para la carátula demuestra que artistas y productor iban a por todas y que creían en sus posibilidades a pesar de tenerlo todo en contra. Casi nadie les escuchó, por supuesto, pero no hay más que ver la influencia que tuvo el grupo y el álbum en el flamenco posterior, eso que alguien se atrevió a llamar flamenco nuevo. Las Grecas ya habían impactado con su Gipsy Rock (1974). Lole y Manuel eran toda una realidad con un éxito inapelable. Sin embargo, lo mejor estaba todavía por llegar.
Y es que cuando Pachón se vio en la tesitura de dirigir el nuevo camino que Camarón le estaba pidiendo, se acordó de Veneno, una banda que estaba ya disuelta, pero que él intuía que tenía todavía mucho que decir. Así, Raimundo tocó en las sesiones de La leyenda del tiempo (1979) del de San Fernando, pero es que Kiko fue un auténtico director artístico y una figura capital para que el resultado fuera el que fue. De él surgió la idea de que tiraran por García Lorca a la hora de buscar temas para el disco y él compuso o arregló piezas clave como "Volando voy" (un tema de los últimos tiempos de Veneno), "Homenaje a Federico", "Mi niña se fue a la mar" o "Viejo mundo".
Una prueba más que fehaciente de la importancia capital de Veneno y de sus múltiples afluentes. Después podríamos disfrutar de Pata Negra, la nueva banda que se inventaron los hermanos Amador, y de una carrera en solitario de Kiko, ya Kiko Veneno, que no empezó a florecer hasta los primeros 90, pero que al final demostró que el que tuvo retuvo. Esa es la historia de una página gloriosa que se multiplicó hasta formar todo un volumen de oro dentro de la música popular en castellano. Una página que nunca deberíamos subestimar más.
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