British Steel (Judas Priest, 1980)
HEAVY METAL. El sexto álbum de Judas Priest fue el que materializó de manera física el poder legendario de una de las bandas más icónicas del heavy metal. La que más, me atrevería a decir. La que se adelantó a todos y selló los manierismos y lugares comunes de una música que entraba en su década de mayor éxito. Con los Judas el metal era lo que siempre debería ser: una cosa sucia, rápida y venenosa como un aguijón.
En este disco cumplen con creces con esa premisa y entregan uno de los tratados más canónicos y brutales del género. Con una terna inicial que a día de hoy no ha sido igualada, se consagran como los mesías de una forma de ver la música de la que iban a tomar nota todos los demás. Basta con pegar la oreja a esa apertura, "Rapid Fire", para mí su mejor canción, para dejarse vapulear por la cantidad de referencias que manejan y la miríada de semillas que plantaron. En ella es imposible no oler el aroma bastardo de Black Sabbath, Motörhead, Venom y los Metallica del Kill 'Em All (1983).
"Metal Gods" es desde su título el epítome de todo un género y "Breaking the Law" derrama a manos llenas esa rudeza callejera que acerca a la obra al rock urbano y que es la culpable de su perdurabilidad y de su capacidad transversal a la hora de captar oyentes en casi cualquier esfera del ámbito rockero. Como "Grinder" y su riff destrozacuellos o ese clásico del rock de carretera made in USA que es "Living After Midnight". Todo eso junto a una misteriosa "The Rage", construida sobre una curiosa línea de bajo y a esa genial "Steeler", con su coda de solos trepanadores que no quieres que terminen nunca, conforman lo más espectacular de un discazo eterno.
Las comparaciones con Iron Maiden siempre han sido la tónica con este grupo, pero en mi opinión con este disco quedan totalmente fuera de lugar. El rango vocal y la variedad de registros de Rob Halford no tiene parangón y así lo demuestra aquí, llegando donde nadie más puede con su aullido y regalándonos interpretaciones rasposas y crujientes justo en el otro extremo. Además, Judas Priest siempre han tenido algo muy especial que en esta, su obra maestra, queda reflejado mejor que nunca: esa capacidad para sonar oscuros, sucios y muy de verdad. Con el punto justo del toque más siniestro de Sabbath y sin llegar a los excesos de la euforia épica de Maiden. Manejando siempre los controles con un equilibrio y una sabiduría que los han hecho, eso, los auténticos dioses del metal.
★★★★☆
La influencia de Judas Priest para con el heavy no se limita al sonido del género, sino que marcó la tendencia también en la estética, la pose y la actitud en el escenario. Y en gran medida todo eso lo marcó este disco de manera decisiva.
No hay más que ver su contraportada para entender de qué va esto de tener todo el poder del metal corriendo por tus venas. Concretamente la indumentaria de Rob Halford marcó a más de unos miles, millones diría yo, de chavales en este planeta. Y es que si Iron Maiden eran los fuegos artificiales y la grandiosidad más bombástica, Judas Priest eran simplemente los dioses del cuero y el acero.
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