Sus orígenes son difusos, cómo no. Hay quien los sitúa en el momento en el que Link Wray subió el overdrive en su tema "Rumble" a finales de los años 50. Otros se fijan en la idea que tuvieron gente como los Sonics al incrustar un destornillador en el ampli y hacer que sonara con un ruidaco de mil demonios. O quizás nació de la rudeza de Blue Cheer y su heavy blues psicodélico. Nadie puede saber hasta dónde entierra sus raíces el rock duro, pero una cosa sí es unánime: el momento más definitorio, cuando esto ya empezó a sonar a lo que todos entendemos por metal, vino con Black Sabbath. También con Led Zeppelin y Deep Purple, definitivos ambos, aunque Sabbath tuvo una influencia más amplia y mucho más indiscutible. No hay banda de metal que no haya bebido de su veneno.
Y si los de Ozzy Osbourne, Tony Iommi y compañía pueden llamarse padres del invento, los que forjaron lo que iba a ser el metal en su década dorada, los 80, serían Judas Priest. Hay diversas opiniones a este respecto. Otros otorgan más valor al éxito masivo de Iron Maiden o al rajo auténtico de Motörhead, pero en mi humilde opinión, todo el cuero, el acero y esa vibración reptiliana que han hecho del metal una forma de vida vino con los de Rob Halford.
PROTO-METAL: los orígenes
Para conocer al género es imprescindible sumergirse en aquellos discos que marcaron claramente a los que iban a dominar el mundo décadas después. Aquí hay una selección de lo más jugoso para mí. Faltarán miles, pero yo diría que estos siempre serán fundamentales. (CLICK EN LAS PORTADAS PARA LEER MÁS)
10 In-a-Gadda-da-Vida (Iron Butterfly, 1968)
Entre la psicodelia más lisérgica y un cierto aura de oscuridad que el órgano de Doug Ingle parece sacar directamente de esa icónica "Tocata y fuga" de Johann Sebastian Bach. Toques clásicos que el heavy siempre iba a tener en primer plano.
Nadie puede poner en duda lo mucho que Queen aportó al rock en general y al metal en particular. Esas dosis de teatralidad y drama, esa parafernalia orientada a beatificar conceptos como la fuerza interior, algo ingenuos e infantiles, pero de los que el género ha sacado petróleo. Con Queen la fiesta se hace su hueco entre tanta sobriedad y tanto cartón piedra.
8 Satori (Flower Travellin' Band, 1971)
Estos japoneses mamaron de primera mano los momentos iniciáticos del Swinging London con Cream y la Experience en el candelero. Una vez en su país trataron de mezclar todo eso con lo que les corría por sus venas orientales y el resultado todavía sorprende a día de hoy. Hay quien les da incluso parte del ADN en la paternidad del doom metal. Verdad o no, solo por eso ya merecen una escucha.
7 In the Court of the Crimson King (King Crimson, 1969)
Personalmente prefiero el Red (1974), pero es imposible no reconocer que este es el disco clave de King Crimson. También para el metal. De él bebieron numerosos artistas a la hora de quebrar ritmos y alambicar estructuras más allá del racarraca más simplón. También tomaron bastante de ese componente pastoral que en muchos casos no acabaron de entender bien. O al menos no con la genialidad de los de Robert Fripp.
6 Made in Japan (Deep Purple, 1972)Uno de los grandes directos de la historia del rock duro, esta grabación sentó las bases en muchos aspectos de lo que debía contener una celebración en vivo del rock más coleante. Y encima contiene los momentos más fulgurantes de un grupo en la cima de su poder.
5 Alive! (Slade, 1972)
Ni glam ni rock duro. Lo de Slade es uno de esos misterios que cuesta resolver. Lo cierto es que tampoco importa si podemos disfrutarlos con este directo flamígero en el que nos restriegan su rock & roll sudoroso y grasiento en una demostración de furia y catarsis que me hace arrimarlo a ese inconmensurable Kick Out the Jams de los siempre estratosféricos MC5.
4 Space Ritual (Hawkwind, 1973)
Medio en directo, medio en estudio, el potaje heavy-psych espacial que nos suelta Hawkwind en este clásico no es para todos los públicos. Ondas de radio, sonidos alienígenas, el bajo de un tal Lemmy Kilmister en primer plano y todo tipo de parafernalia camp para anunciar el futuro del stoner y hasta del sludge metal. Un disco con un puntito de sofisticación difícil de apreciar, pero existente, entre tanto flujo bastorro.
3 Led Zeppelin [IV] (Led Zeppelin, 1971)
El tótem de Led Zeppelin, el álbum de los mil nombres, una de las piezas más reverenciadas del heavy blues de los primeros 70. Este disco fue el mayor culpable de la influencia decisiva que el grupo ejercería sobre todo el rock que se tocaba en la época y el que estaba por venir. Se podía hacer rock con guitarras acústicas y se podía apelar a lo más bello sin dejar de ser el más duro de la pandilla. Por mucho que estés hasta los coj... de "Stairway to Heaven".
2 Vincebus Eruptum (Blue Cheer, 1968)
¡Más ruidosos que Dios! Una máxima que les endosaron por este discarral. Seis canciones en las que guarrean la psicodelia que coleaba en el ambiente californiano y la diseccionan a machetazos para lanzarla a lo que en el futuro se convertiría en los palos más oscuros y extremos del metal o incluso el noise. Todo a partir de tonadas de rock & roll primigenio desprovistas de cualquier atisbo de comodidad auditiva que tuvieran en su origen.
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Y llegamos a la auténtica biblia del metal. El material de estudio obligado antes de formar una banda que se quiera incluir en las páginas sacrílegas de la historia del rock. Si Black Sabbath son los padres indiscutibles del rock más duro, es principalmente por este disco. Eso no quiere decir que sea el único. Habría que incluir piezas básicas para el progreso de las diferentes variantes del heavy como Black Sabbath (1970), Master of Reality (1971) o Sabbath Bloody Sabbath (1973), pero hay un consenso bastante generalizado que coloca a este Paranoid en lo más alto.
No puedo ir en contra de esa corriente. Aquí es donde Sabbath graban a fuego sus mandamientos impíos. Luego vendrían otros tratando de redoblar su malicia, a menudo a base de cosas accesorias como berrear como un orco o plagar su parafernalia de cruces invertidas y sangre de pega. En la mayoría de los casos todo cayó en el saco roto de la caricatura más risible, porque lo auténtico, lo primigenio y lo inimitable estaba aquí. En uno de los mejores discos de la historia del rock.
HEAVY METAL: la explosión
Y de los orígenes del género a los grandes popes. Los culpables de todo lo mejor que tiene el estilo y aquellos a los que menos se les puede achacar a la hora de verlo como disciplina atlético-infantiloide con escasa profundidad. O quizás, en algunos casos, sean los mayores culpables de esto último, pero no creo que se les pueda negar ni una mijita de importancia.
Sin pretender ser enciclopédico ni satisfacer a los grandes degustadores de todo este horror vacui rítmico y melódico, esta es mi selección personal de mis veinte discos favoritos de cosas cercanas al metal. Hard rock, heavy clásico, grindcore, thrash, speed metal, death, industrial, drone, doom, metal avanzado... He aquí una visión desde fuera, desprejuiciada y seguramente poco informada, pero que busca encontrar siquiera un acuerdo de mínimos. Y si no lo consigo, ruego me disculpen. (CLICK EN LAS PORTADAS PARA LEER MÁS)
20 Appetite for Destruction (Guns n' Roses, 1987)
Superventas de manual, aquí tenemos uno de esos discos con contenido más o menos alternativo capaz de codearse con los más masivos del mainstream. Y en este caso, esa apertura no deja de ser una virtud. Nunca los Guns sonaron tan rocanroleros ni tan directos. A solo dos minutos de la fama mundial, Slash y Axl todavía se querían y fueron capaces de ofrecer lo mejor de sí mismos en una obra imperfecta pero furibundamente explosiva.
19 Vulgar Display of Power (Pantera, 1992)
Los tejanos perfeccionan su propuesta conforme Phil Anselmo, el último en llegar, va adaptándose y ganando peso en el combo. Si Cowboys from Hell (1990) fue bueno, cosa que no voy a discutir aquí, creo que esta continuación fue mucho mejor. En ella Dimebag Darrell hace relinchar su guitarra como nunca y la gravedad se alía con la base rítmica en un ataque masivo y sin contemplaciones. Un disco que no deja prisioneros.
18 The Downward Spiral (Nine Inch Nails, 1994)
Guitarras y sintes. Sonidos digitales y abrasión analógica. Materiales aparentemente inconexos con los que fabricar este metal de corte industrial, latidos maquinales y piel galvanizada. Trent Reznor se las ingenia para entregar lo que él entiende por una obra maestra y consigue llegarnos al alma al conjugar la belleza más desvalida con la dureza más aplastante.
17 Rust in Peace (Megadeth, 1990)
Guitarras radiactivas, vitriolo vocal, lírica comprometida... Dave Mustaine se desembaraza del grillete asfixiante de Metallica en su obra definitiva. Un disco que pretende (y consigue) sacar al thrash del pozo de la irrealidad para convertirlo en el arma de denuncia social, ecologista y política definitiva. Todo dentro, eso sí, de los márgenes de confort de un aperturismo de fondo conservador. Bravo intento, no obstante.
16 King for a Day... Fool for a Lifetime (Faith No More, 1995)
No sé si Faith No More se han sentido cómodos alguna vez al ser metidos en el saco del metal, pero no pueden negar que han usado y abusado de sus manierismos siquiera como excusa para abrirlo al mundo. Es cierto que su mezcla de funk, rap, hard rock y progresivo es difícil de encasillar, pero creo que tienen suficiente material pesado en sus venas como para ponerlos aquí. Por mucho que elija su disco más difícil y más ecléctico. Un bicharraco indomable e inclasificable que revienta entre berridos imposibles y homenajes al jazz más noctámbulo. Un soplido de aire fresco entre tanta... ejem... cerrazón.
Veneno, guturalidad, satanismo... Lo más espinoso y abisal de Black Sabbath cobra vida a lo Frankenstein con este power trío en el que la imagen, la parafernalia y el ruído están por encima del virtuosismo o la corrección en cualquiera de sus vertientes. Venom son los padres del black metal y de todo lo que de demoníaco tiene el heavy. Lo hicieron a base de extremar los mandamientos de Black Sabbath hasta lo ridículo. Con todas sus consecuencias.
14 The Number of the Beast (Iron Maiden, 1982)
El heavy tiene mil formas y corrientes, pero si pensamos en algo arquetípico, lo que nos viene a la mente enseguida es Iron Maiden y más concretamente su obra maestra de 1982. Cualquier fan de la banda te nombrará como mínimo un par de discos que le gustan más que este (nos gusta creernos especiales), pero ninguno podrá negarle a este su importancia capital a la hora de establecer las leyes fundamentales del género en su versión más tópica y canónica. Al menos en cuanto a lo que todos entendemos por el metal ochentero, sin duda el más exitoso y el más querido por la muchachada.
13 Master of Puppets (Metallica, 1986)
Momento definitivo para Metallica y para el metal. En Master of Puppets nos encontramos la destilación de cosas que harían al género carne de religión. Más allá de la contundencia y la abrasión de esos estacatos distorsionados tenemos que hablar de rock progresivo, estructuras de una complejidad creciente, un cierto compromiso social en lo lírico y una alianza con la música clásica de la que nunca se hablará demasiado cuando hablemos de este género musical.
12 Through Silver in Blood (Neurosis, 1996)
Metal avanzado lo llaman algunos. No deja de ser abrasión pura apenas rozada por algún brochazo de belleza, alguna cuerda expresionista, lo que sea que aplaque el dolor de esta procesión funeraria con tintes apocalípticos. Poesía elegíaca y brutal que celebra lo sangrante y lo gimiente del alma humana.
11 Scum (Napalm Death, 1987)
Metal sociopolítico desde la misma portada. Un tratado violento que bebe del punk para expulsar un fluido asqueroso que alguien se ha atrevido a llamar grindcore. Es decir, velocidad desatada, progresiones de acordes que se consumen casi antes de empezar y tralla insoportable para el oyente medio. El disco fue grabado en dos tandas que acabaron juntándose. En medio cambiaron de cantante. Por eso sus dos partes suenan tan diferentes, aunque igualmente difíciles de asumir.
10 Earth 2: special low frequency version (Earth, 1993)
Dylan Carlson toca techo con su obsesión por el sonido en esta oda al drone. Metal paisajístico por distorsión y cabezonería, pero en las antípodas del género en cuanto a aperturismo y ganas de experimentar. Un disco tan volátil y flotante como aplastante. Eso sí, tienes que armarte de paciencia porque estamos hablando de tres temas (o movimientos) en una hora y cuarto de travesía. Para gente avezada.
9 Streetcleaner (Godflesh, 1989)
Napalm y sulfuro en dosis extremas. Godflesh hacen sangre de verdad con su obra maestra, un tratado tremebundo de metal industrial a base de voz, bajo, guitarra y caja de ritmos. Con esa alineación logran conjurar un sonido avasallador, inclemente y absolutamente despiadado. Una falta de humanidad que te agarra por el cuello y te deja sin respiración hasta bastante después de que deje de sonar.
8 Van Halen (Van Halen, 1978)
Era necesario a finales de los 70. Alguien debía dar prestigio y amplitud de miras a la vez a ese rock duro tan menospreciado y malinterpretado. Ese es el mayor triunfo de este superventas. Un discazo que puso en primer plano la guitarra eléctrica como no se había hecho desde Hendrix. Energético, trabajado y complejo, el estreno de Van Halen se erigió en paradigma de lo que el hard rock debería ser si quería ser tomado en serio.
7 Houdini (Melvins, 1993)
El metal también tiene su lado alternativo. Así lo demuestra un grupo que lo mismo muestran el lado más rocoso y salvaje del asunto que te sacan la sonrisa a través de la autoparodia. Lo mismo supuran Sabbath por los poros que muestran sin tapujos su amor por The Beatles. Es difícil seleccionar entre su extensa y jugosa discografía, aunque en este Houdini podemos detectar esto y mucho más. También su gran influencia en el grunge, otro de sus rasgos distintivos.
6 British Steel (Judas Priest, 1980)
Judas Priest dieron forma al heavy estableciendo sus reglas básicas y su iconografía. Toda esa pose, el cuero, el acero, la estética y las motos vinieron muy directamente de los de Birmingham. Y sobre todo de este álbum mítico. También podría haber incluido Painkiller (1990). Algunos dirán que no debería olvidarme de Screaming for Vengeance (1982) y algún otro incluso lamentará que no mencione Stained Class (1978), pero para mí su obra maestra del 80 es lo mejor que han hecho nunca. Un animal de rock & roll crudo, sucio e imposible de enjaular.
5 Monoliths & Dimensions (Sunn O))), 2009)
El drone metal de estos angelinos siempre me ha parecido muy poco metal. Es cierto que tienen todo el tremendismo y la rugosidad del género. También el volumen y un gusto voraz por la atrocidad, pero en sus capas de ruido monocorde y obsesivo encuentro mucho más de música experimental que de puños en alto. Aquí se vacían en una obra densa, oscura y exigente como podemos esperar de ellos, pero con unos pocos puntos de fuga que la hacen más accesible. Dicho esto con todos los peros del mundo, pero así la describiría. El momento más comprensible y disfrutable de los jinetes del seísmo. Una feria, vamos.
4 Roots (Sepultura, 1996)
Sepultura encuentran su camino y un auténtico filón en su propia tierra. Después de varios conatos respetables pero insuficientes, consiguen fusionar su thrash volcánico con los ritmos y las cadencias calenturientas de su país. Un metal tribal que molestó a los de siempre, pero que abrió al grupo a nuevas audiencias y que, curiosamente, acabó por desintegrarlos. Sí, al principio solo se fue Max Cavalera, pero todos sabíamos que iba a ser una baja imposible de suplir. Y han publicado un puñado de discos sin él (y sin Igor después), pero a ver quién es el guapo que puede decir que han mantenido el nivel. Este sí es un señor disco. Uno de esos que elimina prejuicios y que demuestra que incluso el metal puede y debe abrirse a lo que haga falta.
3 No Sleep 'Til Hammersmith (Motörhead, 1981)
Una orgía eléctrica. La celebración más pura del ruido y la furia. Este directo de Motörhead no solo nos muestra al trío en la cúspide de sus habilidades, sino que se erige en monumento indestructible. Una estructura construída a golpe de riff reventador y de base rítmica de hormigón. Una auténtica celebración del rock & roll sin pretensiones más allá de aturdir y hacer vibrar al respetable a base de ese blues espídico que siempre despacharon Lemmy y los suyos. "Ace of Spades", "Overkill", "Bomber", "No Class"... Clásicos por derecho propio que nunca tuvieron mejor forma que aquí.
2 Reign in Blood (Slayer, 1986)
Thrash, speed, death... Todo adjetivo se queda corto a la hora de calificar a este metal soltado a la velocidad de la luz con una precisión, una entrega y una furia nunca vistas. En menos de media hora despachan un disco que debería sonar en las galerías de arte. Una obra que avasalla con su sonido, con la provocación de unas letras que juegan a probar nuestros límites, con un aplastamiento percutivo inimaginable hasta que machaca nuestros tímpanos. Reign in Blood es un grito primario. Por eso gusta tanto al jevi de toda la vida. Pero por eso también, y ese es su gran valor, tiene potencial para entrarle al punk más radical o al indie adicto al noise más salvaje. Y tamaña transversalidad no es algo que se pueda menospreciar.
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Dicen que lo del uniforme de colegial de Angus Young fue idea de la discográfica para tratar de aprovechar la ola del punk, pero está claro que nunca coló. Es cierto que la insolencia del quinteto podía acercarlos al movimiento, pero sus gustos y lo incendiario de su descarga iba por otro lado. No digo que lo suyo haya sido exactamente metal en el sentido estricto, aunque la parroquia los acogió con los brazos abiertos.
Sería por el volumen que manejaban, sería por la vehemencia con la que se empleaban en el escenario... Lo cierto es que AC/DC pueden considerarse la banda de rock duro definitiva. También uno de los grupos más transversales del movimiento. Por su gusto por el blues, por su toque tradicional y porque si diseccionamos lo que hacen, no deja de ser rock & roll. Un rock & roll capaz de levantar a los muertos y un rock & roll que en este disco, su obra maestra indiscutible, colea y se encabrita con la fuerza de mil serpientes.
He aquí el gran legado de los australianos. Un disco que sella las coordenadas infernales del género en cuanto a parafernalia, teatralidad y sonido. Un obrón mayúsculo del que es imposible cansarse. Fue la última obra de Bon Scott antes de su trágica muerte y es el que elijo para gritar a los cuatro vientos eso de ¡LARGA VIDA AL METAL!
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