Overkill (Motörhead, 1979)
METAL CRUDO. Con su segundo disco Lemmy y los suyos dieron un salto cualitativo importantísimo y sentaron las bases de lo que sería su sonido definitivo. Simplificando diremos que lo endurecen todo a su alrededor para forjar una obra donde, si no se olvidan de la psicodelia que teñía algunos de sus palos primigenios, sí que la hacen mutar en atmósferas de pesadilla, con un fondo espacial y peligroso. A este último género se abonan cosas como "Metropolis" o "Capricorn", cuyos títulos ya remiten a algo más rebuscado de lo normal en estos bárbaros.
Por lo demás, demuestran una intuición finísima al apretarle las tuercas al ruido y a ese blues que siempre habían afirmado practicar. Sí, hay que hacer caso a Lemmy cuando sentencia orgulloso que ellos lo que tocan es blues, un blues espídico a 1000 por hora en el que no hay espacio para los prisioneros. Así, a degüello, van soltando los clásicos como si les sobraran, así de rebosante de inspiración y cojones se encontraba el grupo en esta época dorada.
El segundo disco de Motörhead es una maravilla de principio a fin. Por supuesto, desde su publicación se erigió en la columna vertebral de sus brutales celebraciones en directo. Tamaño cancionero, lejos de la timidez de sus comienzos, es la biblia para cualquier metalhead que se precie y el manual que enseña cómo construir toda una carrera de las que crean escuela, empezando por todo el Ace of Spades (1980). No es su mejor disco porque se les ocurrió grabar cierto directo allá por 1981, el cual dinamitó todo lo que podíamos esperar de ellos, pero sí que es el más importante y el más redondo.
Lo gritan a los cuatro vientos, el ruido es bueno si es fuerte, y los acólitos sabemos que esa es la única forma de sentirlo.
★★★★☆
Xxx
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