THRASH METAL. Con el cuarto llegan a la meta. Este el disco en el que elevan su propuesta a los altares de la lucidez y la realidad. Dosifican la potencia y las dobles armonías en un ataque masivo de una vigencia, una autoridad y una crudeza inéditos hasta este momento. Iron Maiden en los solos y Metallica en los riffs, la voz personal, inane y entrañablemente torpe de Dave Mustaine, sus letras cargadas de ira contra el sistema y de profecías distópicas... Materiales rugosos, imperfectos, pero efectivos al cien por cien.
No hay espacio para la disidencia aquí. El veredicto es unánime. Obra maestra para el grupo. O su disco más redondo, si eres de los poco dados a la hipérbole. En cualquier caso, una parada obligada para el explorador metálico. Un disco en el que las guitarras tóxicas se cargan de radiactividad. Ciertamente, las letras de denuncia ecológico-política pueden ser cuestionables. Al fin y al cabo, ni los textos ni esa manía tontorrona de titular sus discos con juegos de palabras o sentencias facilonas han sido nunca lo más destacable del combo, pero eso no aligera la contundencia de estos trallazos.
Aquí se concentra lo más granado de la producción de Mustaine y los suyos. "Holy Wars...", "Hangar 18", "Take No Prisoners", "Dawn Patrol" o "Rust in Peace...", entre otras, son adiciones irrebatibles al repertorio de unos conciertos que alcanzaron otra dimensión tras este trabajo. También por la precisión instrumental de las dos nuevas adiciones al grupo, unos Nick Menza (batería) y Marty Friedman (guitarra) que iban a completar la formación más estable y quizás más querida que haya tenido Megadeth.
Lo cierto es que, cariños aparte, aquí suenan como un cañón. Dinámicos, potentes, agresivos y ajustados en todo momento. Como esa fiera que siempre habíamos intuido en un grupo que aquí se gradúa con honores y empieza a soltar el lastre de las comparaciones que siempre le han perseguido.
★★★☆☆
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