viernes, 18 de noviembre de 2022

Todo el poder del metal corriendo por mis venas

The Number of the Beast (Iron Maiden, 1982)  

HEAVY METAL. Esta es la biblia del cuero y de todo lo que significa el compromiso con un tipo de música que es un auténtico estilo de vida. El tercer disco de Iron Maiden sintetiza todo lo que un heavy de pro entiende y ama. No son simplemente sus riffs de vértigo, ni esas voces chillonas casi imposibles, ni siquiera el corazón ardiente de unas baladas capaces de ponerte del revés (en todos los sentidos). Todo esto es fundamental, pero no lo único para entender este movimiento. No podemos olvidarnos de la parafernalia tan infernal como infantil, los cuernos en el puño en alto, las progresiones wagnerianas, y en definitiva toda una colección de tics ya institucionalizados que hacen al metal lo que es, para bien o para mal.

Y de todo lo dicho anteriormente este disco puede ser el arquetipo, una de las obras más queridas por los aficionados a Iron Maiden, al metal y al rock. Un álbum que juega a atraparte desde la misma portada, un cuadro de un expresionismo increíble que muestra a su mascota, ese fundamental Eddie the Head, que estuvo con ellos desde el mismo comienzo y seguirá hasta el final, ya sea en las portadas de sus discos o en sus conciertos con esa figura articulada gigante que hace las delicias de la muchachada.

El primer disco con Bruce Dickinson también fue el último en el que participó el batería Clive Burr. Al segundo no sé si alguien lo echó de menos, sustituido por el buenazo de Nicko McBrain, pero la incorporación del primero al micrófono fue esencial para fijar para siempre el sonido del grupo después de pruebas con otros vocalistas voluntariosos y con calidad, pero a los que siempre parecía faltarles algo. Con Dickinson el grupo alcanzó otro nivel, eso nadie lo pone en duda. Por su presencia escénica y por ese amplio rango vocal que haría las delicias de todo aficionado a todo lo agudo que tiene el heavy.

En resumen, estamos ante un gran disco, un disco de esos que hay que conocer, aunque sólo sea por entender mejor la historia de la música. Es uno de esos trabajos totémicos que se convierten en epítome de un sonido. Un sonido con muchos peros si atendemos a su sutileza y profundidad, las cuales brillan más bien por su ausencia en este género. Sí, esas baladas pueden ser muchas cosas menos sutiles.

En conclusión, The Number of the Beast es una andanada sentimental, un reducto valioso en medio de un páramo desolador. Las voces y las melodías son pura potencia sinfónica, el bajo galopa como un purasangre y las guitarras son precisas y siempre están en su sitio. Demasiado bonito, demasiado limpito, cierto, pero con una dosis de potencia más que suficiente como para no someterse a su poder.

★★★

A1 Invaders 3:20
A2 Children of the Damned 4:34
A3 The Prisoner 5:34
A4 22, Acacia Avenue 6:34
B1 The Number of the Beast 4:25
B2 Run to the Hills 3:50
B3 Gangland 3:46
B4 Hallowed Be Thy Name 7:08
Total: 39:11


El título del disco, la polémica que levantó en EE.UU. y todo ese aura maldita que lo envuelve es algo que comparte con La profecía (1976), película de Richard Donner que ha marcado a toda una generación.

Basándose en ella o no, lo cierto es que eso de invocar al Anticristo no es algo nuevo ni exclusivo, pero Iron Maiden lo hicieron con una frescura que no era tan fácil ver. Black Sabbath ya habían sacado la patita, para empezar, con el nombre con el que se bautizaron ellos, a su primer disco y a la canción que lo abre. Auténtica tierra de cementerio que redoblaría su provocación con gente como Venom, con Welcome to Hell (1981) o Black Metal (1982), hermanos carnales de este The Number of the Beast.

O no, porque Iron Maiden, con toda su potencia, tenía una parafernalia algo más amable, que remitía al cómic y a lo teatral más que a un satanismo que siempre ha estado claro que no había que tomarse en serio.

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