"Os apareáis como ratas
No miréis atrás
Estábais muertos desde el principio
Deformidad estilizada
Este es mi propio infierno."
La pesadilla está ya aquí. Con este disco, Godflesh abre la veda y empieza la caza del hombre, la defensa de lo maquinal hasta extremos psicóticos. Streetcleaner agrede y muestra en sus surcos las heridas purulentas de un testigo directo de la más cruenta de las batallas. El estreno de Godflesh es la biblia de la nueva carne, un disco aniquilador dominado por la distorsión, la abrasión y el latido inclemente de una caja de ritmos que funciona como martillo y despertador de conciencias.
Influenciados por el hip hop y el metal extremo, Justin Broadrick (voz, guitarra y programaciones) y G. C. Green (bajo) abrieron una brecha sanguinolenta que se infectaría para pasar a llamarse música industrial. La receta era tan clara como adusta y cruda: ritmos repetitivos y machacones hasta lo enfermizo, voces guturales, ruído y distorsión a chorro. Otros depurarían la fórmula galvanizándola y dándole brillo, pero este espasmo primitivo tiene un morbo inigualable. Es lo que tienen las cosas cuando no se elaboran demasiado y no se planean al milímetro. Aquí todo suena falsamente milimetrado. La suciedad y la imperfección campan a sus anchas en un momento impagable dentro de la música extrema.
"Nuestra vida es desechable
Corrupción en el rebaño
Carne que se derrumba en el mundo real"
Ideas abyectas me asedian durante la escucha. El fuego mugriento del Ku Klux Klan, la colina del Golgotha, crucifixiones postmodernas de una sociedad electrocutada por la tecnología. Pero sobre todo, y aunque no tengan nada que ver musicalmente, la foto interior del L.A. Woman (The Doors, 1971). Ese Cristo crucificado en un poste de electricidad ha ejercido un influjo poderosísimo sobre mí desde que le eché el ojo. Como la portada siniestra y abrasadora de este Streetcleaner. A estas alturas creo que nunca dejarán de hacerlo.
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