martes, 24 de diciembre de 2024

Desde el corazón del frío


"I am writing this on a strip of white birch bark
that I cut from a tree with a penknife.
There is no other way to express adequately
the immensity of the clouds that are passing over the farms   
and wooded lakes of Ontario and the endless visibility   
that hands you the horizon on a platter."

(Billy Collins, Canada)

No es fácil describir con palabras la inmensidad y el peso infinito que tiene la naturaleza en el paisaje canadiense. Un paisaje forjado a base de viento y nieve en el que el hombre no acaba de ser bienvenido. No hay más que echar un vistazo a la densidad de población del enorme país norteño para darse cuenta de que nos hemos empeñado en vivir en territorio hostil.

Toda esta lucha eterna contra los elementos, toda la belleza de Canadá ha sido material inspirador para poetas y cantantes a través de los escasos siglos de su historia como país. Y todo eso se ha volcado en el cancionero popular con una potencia que ni siquiera la influencia todopoderosa de sus vecinos del sur ha podido opacar.

He aquí una selección magra, seguro que incompleta, y siempre cambiante de obras destacadas que merecen un hueco en el altar de los más grandes. No solo del país al norte del norte de América, sino casi de la historia mundial.

 

(Clic en las portadas para más información)

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10 Slow Riot for New Zero Kanada (Godspeed You! Black Emperor, 1999)

Esta es la segunda referencia del conglomerado canadiense que por la época todavía se llamaba Godspeed You Black Emperor!. Un EP en el que todo parece funcionar especialmente bien, desde la sensación de abarcabilidad que da el formato corto, hasta el misterio de no poner casi por ningún lado ni título ni nombre del grupo. Desde el mensaje en hebreo de su portada ("sin forma y vacío"), hasta el hecho de que la caja del CD se abra al revés, siguiendo el orden de lectura en dicho idioma. (...)

 

9The Trinity Sessions (Cowboy Junkies, 1988)

Los ecos de la Iglesia de la Santa Trinidad de Toronto moldean esta obra recoleta y profundamente emocional. Un disco en el que los Junkies vuelcan todo su saber y su conocimiento de la música tradicional para asestar un golpe mortífero a nuestra concepción del tiempo y el espacio. Uno de los discos más bellos que se hayan grabado entre los muros de un templo más frío que la piedra más inerte.

 

8 Oar (Alexander 'Skip' Spence, 1969)

El desequilibrio mental del ex-líder de Moby Grape se convierte en la materia prima sobre la que moldear su primer y único álbum en solitario. Todos sus demonios se pasean sin pudor sobre unas composiciones herméticas y esquivas, si bien dotadas de un corazón, no sé si acogedor, pero que te atrapa sin remedio. Psicodelia folk, rock de palo hecho astillas... Sería difícil dar con una descripción que hiciera justicia a lo que suena aquí. Baste señalar que el álbum se grabó en siete días después de seis meses recluido en el hospital Bellevue de Nueva York. Institución mental en la que ingresó tras intentar agredir a sus compañeros de Moby Grape.

 

7Miss America (Mary Margaret O'Hara, 1988)

Pocos álbumes te van a sonar tan fuera de este mundo y a la vez tan carnales como este Miss America con el que Mary Margaret O'Hara consiguió realizar la tarea imposible de unificar lo abstracto con lo concreto, la alta cultura con las raíces más hondas. Un álbum que no necesita presentación, aunque sí que necesita de una cierta predisposición para disfrutarlo. No todos los días tenemos el humor para enfrentarnos a unas partituras tan hermosas como inasibles. Curiosamente, tampoco se esconde. Es empezar a sonar y darnos cuenta, nos guste más o menos, de que aquí hay una obra maestra incontestable.


6 Music from Big Pink (The Band, 1968)

La obra maestra de The Band debe su título a la casa en la que sus canciones fueron paridas. Al menos en su mayor parte. No todas tuvieron el mismo origen ni estaban pensadas para engrosar disco alguno, ya que esta maravilla empezó como un noble pero no muy decidido intento de soltarse de la mano de Bob Dylan, del que eran la banda de acompañamiento en ese momento. El propio Dylan se ofreció a cantar en el disco, pero retiró su propuesta al momento. Al fin y al cabo el grupo hacía esto para buscar su propio camino al margen del de Duluth. (...)

 
5 After the Gold Rush (Neil Young, 1970)

El arrebato acústico de esta llamada del oro está en lo más alto de una discografía inescalable. Gemas templadas a fuego lento ("After the Gold Rush"), melodías imperecederas ("Tell Me Why") y algún desmán eléctrico irrefrenable ("Southern Man") se apelotonan en la primera obra maestra incontestable del cantautor. Un disco que nació en medio del torbellino de una época muy intensa para el canadiense. Ese mismo año había participado en otra joya como fue ese Déjà Vu que facturara junto a Crosby, Stills y Nash. Además, escribió ese clásico llamado "Ohio" con los mismos compinches. Todo eso no evitó que la inspiración le visitase como nunca y le diera para pergeñar el que puede ser su mejor disco con permiso de Rust Never Sleeps (1979). (...

 

4 Bach: The Goldberg Variations (Glenn Gould, 1956)

Casi nadie creía en Glenn Gould cuando en 1955, con veintipocos años, se empeñó en grabar las Variaciones Goldberg de Bach para estrenarse en el mundo discográfico. Desde luego, no contó con el beneplácito inmediato de la discográfica. Pero ¿qué se creía este chico? ¡Escoger unas partituras más bien oscuras de las que solamente había un par de registros en disco en la fecha! Unas partituras que además eran famosas por su especial dificultad y que solo los más entendidos apreciarían. No parecía la mejor forma de darse a conocer en el mundo discográfico. Por suerte consiguió convencer a los jefes y aquí tenemos el resultado. (...)



3 Blue (Joni Mitchell, 1971)

Con Blue Joni Mitchell sublima su aproximación al folk y culmina todo un estilo de canción que había ido evolucionando a lo largo de las dos décadas anteriores. Su trino imposible se impone extático a unos arreglos exiguos, delicados y sugerentes que adornan y acompañan sin atosigar. Así consigue que su voz vuele libre, sin ataduras, alcanzando notas escondidas arriba en los cielos, acariciando rincones abisales en nuestras almas.

Las melodías elegantes y fuera de lo común, los requiebros inesperados que Joni saca del jazz, constituyen el santo grial del disco, el secreto de su eternidad. Eso y sus letras, esas historias exuberantes donde la autoafirmación se mezcla con la nostalgia, el aquí estoy yo con el dónde estás tú, y la poesía con la sequedad de la confesión a bocajarro. Una aproximación muy masculina para una autora que derrocha feminidad. Una feminidad entendida como desgarro, entrega y orgullo. Una cabeza bien alta que pocas se atrevieron a mantener en un mundo, el del rock, dominado por el falocentrismo de los grandes dinosaurios. (...)

 

2 Rust Never Sleeps (Neil Young, 1979)

Con el ansia que sólo tienen los más grandes, Neil Young parte y reparte y cierra su década más gloriosa con otra muestra de genio y por ende la mejor. Rust Never Sleeps es un directo trucado con adiciones de estudio, que está entre lo mejor de la historia de cualquier artista. La autenticidad se mide por otras cosas y de eso Neil siempre ha ido sobrado. Por eso y por el resultado, este es mi disco favorito del canadiense. Una obra ante la cual se agolpan las palabras y no salen como deberían, se atascan.

Su octavo disco de estudio combina dos caras bien diferentes. La primera, acústica prepara el ritual. La segunda, desata la furia eléctrica en un vendaval increíble. El disco se abre y se cierra con sendas versiones de la misma canción, lo que lo hace redondo desde el mismo concepto. Un sello que repetiría sucesivamente, porque este disco se convirtió en el molde al que ha recurrido siempre el cantautor cuando ha querido noquear con una nueva obra magistral. ¿De dónde vienen Freedom (1989) o Ragged Glory (1990) si no? (...)


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1 Songs of Leonard Cohen (Leonard Cohen, 1967)


Hoy ha muerto Leonard Cohen. No podría haber escogido un día más triste para poner este disco. No podría haber elegido un momento peor para escribir sobre él. ¿Y qué más da? ¿Puede haber un buen momento para hablar de la obra maestra de un artesano como este? ¿Puede vencerse el miedo a no llegar jamás, a no poder alcanzar ni una micra de su poder con palabras incapaces? Eso es todo lo que la mayoría tenemos a su lado. Al lado de la grandeza de versos gigantescos adornados con la elegancia de lo mínimo, aventados con la grandeza de una voz verdadera y brutalmente seca. Nada en este disco está pensado para reconfortarte. Nada aquí está pensado para curar, pero consigue ambas cosas.

El debut de Leonard Cohen no llegó tarde. Llegó en el momento justo. Tras una reputada carrera como poeta y novelista, el canadiense decide lanzarse al vacío de poner música a sus palabras. Y no importó que estuviera ya granaíco, con 32 años, edad algo tardía para iniciarse en la implacable industria musical. Lo suyo era algo diferente a la superficialidad pop. Su culto al cuerpo se centraba en la idolatría de la feminidad por encima de todo, del arte por encima de otras consideraciones. Su culto a la mujer, al amor y todas sus ramificaciones le impulsó siempre a la hora de escribir algunas de las mejores canciones de la historia.

Bastantes de ellas están aquí, en su debut, en uno de los mejores discos que se hayan grabado jamás, un tratado en primera persona sobre la pasión, que apabulla por su repertorio, por lo espartano y lo preciso de sus arreglos y, cómo no, por su lírica arrebatada y perfecta. Todas las canciones de este estreno conforman el puzzle definitivo del jardín de las delicias. Quizás el trío formado por "Suzanne", "Sisters of Mercy" y "So Long, Marianne" sea el más llamativo y el que la mayoría del vulgo conozca, pero sería un craso error no reparar en las maravillas que deparan "Master Song", "The Stranger Song", "Hey That's No Way to Say Goodbye", o ese devastador terceto final que te aniquila. Estas canciones se quedan con algo tuyo cada vez que suenan. Algo que jamás te van a devolver.

Sí, hoy ha muerto Leonard Cohen y estoy triste. Hoy ha muerto uno de los artistas que más me han enseñado. Uno de esos que creemos conocer tan bien como a un amigo, aunque no tengamos ni idea, porque creemos que se vuelcan en sus canciones. Y quiero creer que esta vez es verdad y que lo conozco como pienso. A él sí. A este disco sí. Por una vez no puedo estar equivocado.

... Y DIEZ MÁS

Sin orden ni concierto, sin jerarquías más allá del frío orden cronológico, añadimos diez referencias más. Diez álbumes casi tan ineludibles como los de arriba. Discos en los que pecamos de algo repetitivos con unos artistas tan mastodónticos que no me han dejado demasiado espacio para novedades ni jovenzuelos. Un error de bulto, sin duda, pero ahora mismo no consigo resistirme a los encantos de unos artistas y unas obras absolutamente devastadoras. Lo corregiremos en ediciones futuras, pero por ahora, compréndanlo, por favor.


The Band (The Band, 1969)

Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel, Robbie Robertson y Levon Helm. The Band. Así, con letras grandes y autoritarias. El Grupo. Un nombre que causa un respeto inmediato y fundado. En buena parte por este disco, el segundo que sacaron, capaz de poner de acuerdo a media humanidad para situarlo en lo más alto del podio enjoyado de los canadienses. Canadienses, al menos cuatro de ellos, que se fueron a formar la banda a Woodstock, NY. (...) 



Songs from a Room (Leonard Cohen, 1969)

Para su segunda colección de canciones Cohen se camufla en una parquedad aún más extrema y las desnuda de arreglos para dejarlas en el hueso pelado del nailon y la laringe. Grabado en Nashville con la ayuda de un puñadito de músicos locales de sensación, el disco siempre estará asociado a sus dos fuentes de inspiración: la estancia del canadiense en la isla griega de Hydra y su musa del momento, la noruega Marianne Ihlen, sí, la de "So Long Marianne". (...)


 

Songs of Love and Hate (Leonard Cohen, 1971)

Todos lo hemos pensado alguna vez: vivimos en el peor de los mundos posibles, uno en el que el dolor es perpetuo y en el que estamos condenados a perseguir aquello que nunca conseguiremos. Un pensamiento universal que cobra todo su sentido con estas canciones insondables como el océano más negro. Un pensamiento que encaja con el tercer disco de Leonard Cohen como un guante. Porque si a Cohen se le ha alineado, acertadamente o no, con lo más negro del pesimismo schopenhaueriano, es en grandísima medida por este álbum, uno de los momentos más negros de la historia de la música. Una negrura mate como esa portada sin matices en la que el autor aparece sonriente aplastado por esas canciones de amor y odio del título. (...)



Court and Spark (Joni Mitchell, 1974)

Joni sigue en la cresta de la ola, repartiendo y mandando. Disfrutando, en definitiva, de un estado de gracia que se venía prolongando desde que empezara la década con un cuarteto de álbumes estremecedor. De todos ellos solo colocaría ese mayestático Blue (1971) por encima de este ejercicio de folk avanzado, una de sus cimas más incontestables.

Y no es que el sexto disco de la canadiense entre a la primera. Ni siquiera lo hace a la quinta, pero cuando empiezas a entenderlo ya sabes que no te va a abandonar nunca. Es algo que apreciamos a partir de su cuidadísima instrumentación, sus prístinas armonías y un trabajo de composición que debería ser (y seguro que lo es) objeto de estudio para graduarse en nivel avanzado. (...)


On The Beach (Neil Young, 1974)

Su visión del blues. Este es un disco triste hasta el escalofrío. La pérdida de Danny Whitten, guitarrista original de Crazy Horse marcó esta época del canadiense con obras taciturnas y de una profundidad abisal, obras de grandísimo nivel como Harvest (1972) o Tonight's the Night (1975). Aún así, me quedo con este que fue grabado con posterioridad al último mencionado, aunque se publicara antes que él. (...) 



Zuma (Neil Young & Crazy Horse, 1975)

Neil Young renueva su alianza con los Crazy Horse y tras fichar a Frank Sampedro a la guitarra, vuelven a galopar juntos y facturan un discazo eterno. Variada, ecléctica y brillante, esta obra supuso una nueva cumbre. Lo mismo podemos regocijarnos en el adhesivo casi pop de joyas como "Don't Cry No Tears" o "Lookin' For a Love" que caer en la hipnosis de ese rock solemne y eléctrico que implosiona en "Danger Bird" o ese tótem que es "Cortez the Killer". (...)



I'm Your Man (Leonard Cohen, 1989)

En esta época Leonard Cohen estaba luchando por salir de la irrelevancia en la que le habían sumido sus últimos movimientos discográficos. Su ritmo se había ralentizado desde hacía lustros y entregaba un disco cada cinco años. Eso siempre ha ido a favor de la calidad de una discografía intachable, pero también suponía una amenaza a la hora de mantener el interés del público. Así, si con Various Positions (1984) había logrado conquistar a un público maduro deseoso de rememorar las glorias del pasado, con este I'm Your Man se confirma como el artista imprescindible que siempre ha sido y asalta las listas con una fuerza renovada e implacable. (...)


Ragged Glory (Neil Young & Crazy Horse, 1990)

Cuando un artista es un mito en vida no hay forma de que el talento se agote. Puede quedar olvidado, enterrado en el polvo de una autocomplacencia casi inevitable, pero siempre va a estar ahí. El Neil Young de los 80 parecía perdido y totalmente hundido. Nada más lejos de la realidad. Ya en 1989 con el fantástico Freedom demostró que había comprendido que lo suyo era el rock voltaico y libérrimo. Y solo unos meses después refrendó la hazaña con un disco aún mejor. (...) 

 

 

10 Kaputt (Destroyer, 2011)

¡Cojones con el Dan Bejar, este! No me lo esperaba, pero he disfrutado de un gran disco, uno de esos que me reconcilia con esto de pelearse con cosas nuevas que no siempre apetecen. Un disco de corte casi soul y sin casi. Soul blanco con un toque a lo Prefab Sprout que siempre viste lo suyo. Una música que se acerca peligrosamente a mi odiado A.O.R. pero que al final consigue darle prestigio al género. Como si del Aja (Steely Dan, 1977) se tratara, es capaz de hacerme olvidar el bostezo para creerme esos arreglos y esas cadencias tan sutiles y tan envolventes.
 

Art Angels (Grimes, 2015)

Grimes crea una conexión imposible entre su Canadá natal y el extremo oriente. Un acercamiento en lo estético, en ese feísmo colorista que está tan de moda entre una juventud cada vez más resabiada y más difícil de sorprender. Con todos los trucos de la modernidad en su arsenal, graba este disco en su estudio casero y consigue dejar boquiabierta a media humanidad con sonidos y planteamientos nunca escuchados anteriormente. (...)

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