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jueves, 12 de septiembre de 2024

Liberté, Egalité, Fraternité

El mundo francófono es más amplio de lo que la mayoría creemos. Y es que desde el Hexágono han exportado su idioma y su idiosincrasia por buena parte del mundo. En esta lista atenderemos, por tanto, a los artistas de Francia, pero también de otros países francófonos como Bélgica, Luxemburgo y Suiza (si es el caso del artista en cuestión) o de antiguas colonias que han podido imbuirse de su espíritu además de sufrir el expolio de rigor. 

Esto último es algo que me ha planteado serias dudas a la hora de incluir o no a ciertos artistas. ¿Debería estar un cantante de Mali si ni siquiera ha usado el francés en el álbum escogido? ¿Y alguien de la Canadá francófona cuando ha grabado sus canciones en inglés? La duda me reconcome en mi elección, pero finalmente, y para dotar de variedad a la lista, me decanto por el sí. Al fin y al cabo, sería parecido a elegir a un artista catalán que se exprese en esa lengua para una lista de discos españoles. O el hecho de escoger a un artista de Zurich (Suiza) que cante en inglés para una lista de discos alemanes. Creo que si estos dos casos son legítimos, y en mi opinión lo son, también debería aceptar al maliense y al canadiense del ejemplo.

Todo esto viene porque mi cononcimiento de la música francesa y sus alrededores es limitado. Creo que lo suficientemente amplio como para arriesgarme a hacer esta lista, pero ciertamente demasiado escaso como para dejarla como algo inamovible y que seguir a pies juntillas. Más que nunca, esta lista debe verse como algo vivo y en continua transformación a medida que vaya conociendo más discos que seguro que merecerán estar aquí. Así será, espero.

 

(Clic en las portadas para más información)

 

10 Live (Rachid Taha, 2001)

Taha en su estado natural. Una grabación que constata el poder de este James Brown del desierto, de este Joe Strummer del Magreb. Un directo que se instala en lo más alto de su discografía para convertirse en la mejor opción para aproximarse al arte del franco-argelino. 

Live funciona en dos planos paralelos. Por un lado se puede disfrutar como la compilación perfecta de la etapa dorada de Taha. Construido a base de los mejores materiales de Made in Medina (2000) y Diwân (1998), más dos temas más antiguos, es una magnífica síntesis para introducirse en su música.(...)



9 Auguri (Dominique A, 2001)

En sus cuatro primeros temas, Auguri impacta como un obús en el cerebro del melómano y lo prepara para adentrarse en el que sin duda va a ser el mejor disco de Dominique A hasta ese momento. Una sensación que parece ser traicionada en cierta forma conforme el disco avanza y se va emborronando hacia las antípodas de la prístina claridad y la potencia emocional con las que comienza.

Una decepción que acaba siendo falsa. Auguri mantiene un nivel de calidad muy alto en todo momento por mucho que no repita el vello de punta de una "Pour la peau" irrepetible no sólo en esta obra, sino en toda la carrera del francés. (...)



8 Crève Coeur (Daniel Darc, 2004)

Diez años tardó Daniel Rozoum en volver al ruedo discográfico y lo hizo por la puerta grande. El ex-Taxi Girl se regodea en la poesía maldita con la que siempre ha "triunfado" para redondear una alabanza al destrozo sentimental con Dios, Baudelaire y Lou Reed en el retrovisor.

Entre teclados de fantasía y cajas de ritmo delicadas e insistentes, Darc despliega sus plegarias con sabor a Gainsbourg, sus letanías salvajes para el judío-ruso-de-la-no-voz, el intérprete que se come al cantante inexistente. Un intérprete que sabe sobreponerse a toda limitación para acabar haciéndose oir alto y claro. (...)



7 #3 (Ce n'est pas perdu pour tout le monde) (Diabologum 1996)

Diabologum se olvidan de la melodía (cantada al menos) y con ello se dan de bruces con un estilo propio que, ay, moriría aquí. Después resucitaría con potencia ilimitada en proyectos posteriores. Michel Cloup en Experience y Arnaud Michniak en Programme, pero en lo que atañe al primer proyecto del dúo, quedaría enterrado casi al nacer con la que es su indudable obra maestra.

En su tercer disco se dejan de cortapisas y se meten de lleno en el recitado, el rap y el calambre ampérico. (...)



6 Jane Birkin/Serge Gainsbourg (Jane Birkin/Serge Gainsbourg, 1969)

Jane Birkin empieza la relación que la pondría en el mapa con un disco fundacional, más curioso e interesante que obra magistral. Serge Gainsbourg le regala unas partituras lujosas para que desperece esa voz aniñada tan sugerente y tan escasa a la vez. No hay más. El que se acerque aquí buscando virtuosismo y rajo es que no ha entendido nada.

No va este disco de obra de arte absoluta. Va de lo que es, de chuchería dulce y pecaminosa. (...)


5 Olympia 61 (Édith Piaf, 1961)

Registro histórico de la Piaf en el templo sagrado del Olympia parisino. El segundo que realiza, dando fe esta vez de su espectacular madurez en un concierto sobresaliente en el que da rienda suelta a sus mejores dotes interpretativas y deja espacio para todo, errores incluidos. Me refiero exclusivamente a ese inicio en falso en "Mon Vieux Lucien", un fallo tan encantador que se hace hasta necesario. Un fallo mínimo que nos recuerda que la cantante regresaba al Olympia después de dos años de enfermedad. (...)


4 Ces gens-là [Jacques Brel] (Jacques Brel, 1966)

En el octavo Brel hace cumbre. Una afirmación que no se puede hacer a la ligera a la vista de la altura de sus hazañas anteriores, pero que lanzo al aire sin miedo y con la convicción del que tiene a la razón de su parte. No hay que ser muy espabilado. Basta con meterse de lleno en la canción que le da título de manera oficiosa para darse cuenta, no solo de que Brel ha alcanzado un nivel indescriptible como compositor, sino de que el dúo arreglístico que forman Rauber y Jouannest alcanza una maestría que parece difícil de superar. Así de epatante es esta historia de desesperación por un amor imposible orquestada bajo el influjo del mejor jazz. Sí, estoy pensando en John Coltrane y su expansivo y sagrado A Love Supreme (1964). Y no creo ser el único al que le pasa. (...)



3 Les copains d'abord (Georges Brassens, 1996)

Gigante de gigantes, este anarquista convencido es una de las figuras más decisivas e imprescindibles de la música francesa, europea y casi diría que mundial. Cantautor fino, poeta inmenso, Brassens recibió reconocimiento desde todos los ángulos. Más allá de sus rasgueos a la guitarra, es ampliamente considerado uno de los mejores poetas franceses de la posguerra, llegando a ganar el Premio Nacional de Poesía, algo que habla por sí solo de lo que podemos esperarnos del verbo del de Sète.

Sus canciones crecen alrededor de progresiones sencillas, al menos en apariencia, y en ellas no abundan los barroquismos de ningún tipo. Guitarra, voz, a veces un contrabajo y más raramente algunas cuerdas forman la base para sus historias jocosas, insolentes, humanistas, tiernas y afiladas como la hoja mejor forjada. Unas narraciones cargadas de significado y pólvora contra el poder establecido. Unas historias que se benefician del fraseado seguro y juguetón del artista y de sus escarceos con el vodevil, lo circense, el jazz gitano y la música tradicional, en una mezcla tan natural como exquisita. (...)


2 Histoire de Melody Nelson (Serge Gainsbourg, 1971)

La obra de este crápula se movió siempre en el peligroso y poco transitado terreno de la más absoluta perversión. Este no es más que un ejemplo, quizás el más jugoso, de una travesía en la que el juego, la decadencia moral e incluso la lascivia marcaban la pauta y la ruta a seguir. No se trata de un disco inocente ni dejado al azar. Cada nota aparentemente aleatoria de guitarra eléctrica, cada inflexión vocal recitada o cantada con dulzura venenosa y cada devaneo orquestal de sutileza y pasión devastadoras no hacen sino señalar una verdad: aquí todo está premeditado. Atado y bien atado - no me entiendan mal, que no me refiero a esos juegos…

Todo habla de coincidencia y de azar. Y en realidad nada parece estar más lejos de la esencia del disco. Nada más comenzar, la colisión "accidental" del hombre de mediana edad con la dulce Melody Nelson parece surgida de un sueño (húmedo), pero también parece imprescindible para motivar una obra condenada al cadalso por las mentes más puritanas. Y este carácter esencial y motivador es el que hace que el hecho no pueda ser captado como algo casual. Nadie se pelea si uno no quiere… Y también los deseos ocultos son los más difíciles de controlar, y por tanto, de ocultar. No, no voy a mencionar ningún fragmento de las letras. No me atrevo. Ni la temática ni el respeto que siento me lo permiten. Y separar las letras del rock sutil y sádico, del funk glamuroso y de las cuerdas resonantes me parece un pecado. (...)


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1 Brel [Les Marquises] (Jacques Brel, 1977)


"En la vida de un hombre hay dos fechas importantes: la de su nacimiento y la de su muerte. Todo lo que hacemos en medio no lo es tanto".

Jacques Brel dice adiós definitivamente con este disco una década después de su despedida oficial de la canción. Una obra que nadie esperaba ya, con el artista devorado por la enfermedad y alejado de la música desde hacía mucho tiempo ya. Demasiado, aunque no tanto como para que el mundo se hubiera olvidado de él. Un millón de copias, nada menos, se prensaron para su primera edición, algo impensable incluso en esos tiempos.

El belga a esas alturas de la película era más un nombre que otra cosa. Un nombre respetado hasta la veneración, pero poco más que eso. Cansado de esperar, su público estaba más pendiente de su maltrecho estado que de otras cuestiones, circunstancias que ayudaron al secretismo que rodeó a un disco con el que Brel, consciente de que le quedaba muy poco tiempo, pretendía ofrecer un testamento musical a la altura de su leyenda. Y lo consiguió con creces.

Aunque cada vez era más reacio a abandonar su retiro en Hiva Oa, en la Polinesia francesa, el cantante hizo una escapada a París, y con medio pulmón extirpado y el otro irradiado grabó su disco más emocionante, poético y profundo. Un canto a la vida desde ese rincón oscuro que se reserva a los condenados. Un álbum que, como digo arriba, estuvo envuelto de un secretismo como no se había visto hasta entonces. Esto incluía entregar las copias promocionales a radios y críticos dentro de cajas de seguridad cuyo código fue revelado a todos a la vez en la fecha prevista para evitar filtraciones de cualquier tipo.

Todo a la búsqueda de la sorpresa que la obra postrera de Brel merecía. Un auténtico regalo para los aficionados, que no podían más que frotarse los oídos ante lo que sonaba por sus altavoces. Una voz cansada, pero poderosa todavía, orgullosa, con ánimo aún para la acidez, pero sobre todo con una sabiduría y una elegancia que le hace entregar un buen puñado de sus canciones más hermosas, emotivas y desarmantes.

Que un artista en el estado físico de Jacques Brel, y seguramente también mental, sea capaz de firmar cosas como "La ville s'endormait", "Le bon Dieu", "Orly", "Les remparts de Varsovie", "Voir un ami pleurer" o "Les Marquises", entre otras, no me parece normal. Será por eso que este disco sigue alimentando la imaginación de millones de melómanos en todo el mundo sin importar un bledo el idioma en el que esté cantado. Se llama emoción, señoras y señores. Y si no recuerdan bien a qué sabe eso, pónganse esta música hasta fundirse con ella.

 

 

... Y VEINTE MÁS

La lista se queda corta, muy corta. Por eso trataremos de paliar eso añadiendo veinte referencias básicas para meterse de lleno en la francofilia más radical. Sin ranking ni jerarquía alguna, siguiendo un orden puramente cronológico, aquí van otros veinte discos esenciales que Francia (y sus alrededores) han regalado al mundo.


La vie en rose (Édith Piaf, 1953)

Una colección de canciones heterogénea recopilada en 1953. Contiene grabaciones de la parisina que datan de 1946, la canción titular, 1950 y 1951. Un arco temporal muy amplio y muy extraño por incluir esa "La vie en rose" tan distanciada temporalmente del resto. Lo que no quiere decir que el constructo carezca de coherencia ni de atractivo. Eso es lo que cuenta con los discos largos de esta artista. (...)



Sincerely..... Edith Piaf (Édith Piaf, 1960)

La Piaf en sus últimos años, un bicho imposible de enjaular. Aquí la tenemos en una grabación inglesa (que no en inglés) donde se ejercita rotunda, divina, como nunca. En este disco de 1960 repite con una impresionante "La foule" que ya apareciera en el anterior (Piaf (1959)). Se le permite porque acaba siendo una de las colecciones más impresionantes de la parisina, tal vez la mejor. Así lo atestigua el hecho de que contenga nada menos que dos de mis canciones favoritas de todos los tiempos. Sí, "Milord" y "La foule" son y siempre serán mucho. (...)


Marieke [Nº 5] (Jacques Brel, 1961)

El belga sigue con la costumbre de abrir sus discos con un clásico inapelable. Costumbre que se perpetuaría a lo largo de sus siguientes trabajos, auténticos picos en su gigantesca cordillera discográfica. Todo un sistema montañoso en el que no hay colina fácil de escalar, pero que tiene un punto álgido más que evidente en esta primera mitad de los 60, la cual iba a culminar con su despedida de la canción apenas un lustro después de este trabajo. (...)



Olympia 64 (Jacques Brel, 1964)

He aquí un extracto glorioso del histórico recital que Jacques Brel ofreció en el Olympia parisino en octubre del 64. Y cuando digo histórico, lo digo con todas las consecuencias que pueden sobrevenir de usar un término que se utiliza con demasiada ligereza. Porque precisamente ligereza es lo que no hay aquí. En absoluto. No puede haberla cuando el mejor cantante del mundo se enfrenta a un público que va a escuchar lo que puede enseñarles en el templo para cualquier cantautor que se precie (no hablo solo de chanson). Por eso, por mucho que me cueste despegarme de la edición original de mis discos favoritos, tengo que reconocer que la ampliación llevada a cabo en 1988 es más que recomendable. Por mucho que los ocho temas originales se basten y se sobren para captar nuevos fanáticos del artista a manos llenas. (...)


Initials B.B. (Serge Gainsbourg, 1968)

El disco que materializa la obsesión de Gainsbourg por Brigitte Bardot es, no sólo una de sus obras más redondas y eternas, sino uno de los álbumes de pop más grandes grabados en el idioma de Balzac. Un estatus que se ha ganado a base de melodía perdurable y veneno lírico de ese dulce y ponzoñoso que sólo ha sabido destilar el genio parisino. (...)



Flagrant délit (Johnny Hallyday, 1971)

Tras esa horrible portada, que no sé si alguien sabrá qué significa o qué pretende, se esconde el que puede ser el mejor álbum de Johnny Hallyday. Una afirmación osada, pero no tanto, después de someterse a treinta y cinco minutos de rock, soul y góspel de alta graduación emocional, comparable a lo mejor que pudieras buscar en cualquier producto de las islas o los States. (...)



Soro (Salif Keita, 1987)

El albino de la voz de oro, descendiente de príncipes del imperio Mandinga, nunca lo tuvo fácil. Ahora es fácil reconocerlo como el portador del fuego secreto de esa casta de griots, transmisores de historias ancestrales, respetado y admirado como uno de los artistas más grandes de África y del mundo. Sus orígenes, sin embargo, no fueron tan esplendorosos debido a su albinismo, signo de mal agüero que lo relegó al ostracismo. Para más inri, su padre nunca aprobó que se iniciara en algo tan deshonroso como la música por lo que se trasladó de su aldea natal a Bamako a los 18 años para unirse a varias orquestas y bandas donde se fogueó y pudo lucir sus sobrenaturales dotes vocales. (...)


Patchanka (Mano Negra, 1988)

Es que Manu Chao no es un producto de hace dos días, como podemos apreciar en este disco bastardo que muestra siquiera de refilón las mil caras del geniecillo.

Ingredientes de su posterior pachanga reivindicativa: organillos de juguete, componente salsero (muy diluido aún), fusión multicultural (y lingüística), se mezclan en un cocktail no completamente exitoso pero que apunta alto. Aquí hay de todo: The Clash, salsa, pachanga, reggae, rock, rap, bromas y ragtime, todo mezclado pero no agitado. (...)


Veuillez rendre l'âme (À qui elle appartient) (Noir Désir, 1989)

El primer disco de Noir Désir es flama, intensidad, pasión y emoción al límite. Un grupo alérgico a la indiferencia que agarra el country y el rock con actitud punk e intensidad emocional no exenta de un romanticismo como dios manda. Aquí no mandan las imposturas, sino las ganas en cada requiebro, cada acorde y cada palabra. (...)

 

 

 

Ma plus belle histoire d'amour... C'est vous (Barbara, 1992)

"Barbara is all about the unsaid; she's a Freudian enigma at the heart of France." (Norman Lebrecht).

Como si fuera posible resumir la vastedad insondable, este recopilatorio se esfuerza con ahínco en demostrar su valía a lo largo de algo más de una hora. Poco tiempo para apreciar el talento desatado de una figura colosal de la chanson. Barbara, ese espectro desolado y hermoso, ese alma atormentada y sublime, ese ave negra y extraña, desplegó sus poderes a lo largo de sus 67 años de vida. Buena parte de ellos, dedicada a una pasión musical que la desbordaba. (...)


Casa Babylon (Mano Negra, 1994)

Estamos ante un disco excesivo en todos los sentidos. Un disco que pretendía ser la arteria a través de la que fluyera la sangre de la Sudamérica caliente con sus contradicciones, sus injusticias y su hospitalidad. Esto último se traduce en una bienvenida incondicional al oyente que se siente como en casa con solo un par de escuchas. En este disco épico los teclados se entrecruzan con los sonidos de juguete, las guitarras y las percusiones infecciosas. (...)



Homework (Daft Punk, 1997)

Homework es un ejemplo clave de electrónica hedonista en los albores del cambio de milenio. Un manual básico sobre cómo sonar avanzado, eficaz y directo a la vez. Una referencia si se quiere aprender a golpear al oyente, hacerlo vibrar y levantarlo del asiento. Este discarral de tecno-house a la europea satisface a nivel auditivo además del más evidente nivel psicomotriz. (...)



L'argot du bruit (Pascal Comelade, 1998)

La cascada de instrumentos tocados por Comelade no especifican en los créditos su carácter especial. Y es que muchos de ellos son de plástico o de juguete y marcan a fuego el sonido del álbum. Parece como si este artistazo construyera sus discos sin pretensiones ni siquiera coherencia. Poco importa el conjunto, lo importante es la diversión. Como un niño parece lanzarse a tumba abierta en la exploración de su instrumental y acomete cada pieza con ilusión infantil. L'argot du bruit es como toda su obra, una amalgama de estilos imposibles sin conexión aparente, un mosaico abstracto y encantador donde cabe casi todo. (...)


Clandestino (Manu Chao, 1998)

Ya lo anunciaba en Casa Babylon (Mano Negra, 1994). Lo latino se abre paso en la obra de Manu Chao en solitario. La mezcla lo invade absolutamente todo. Lo mínimo gana terreno a pasos agigantados. Así le salió esta miniatura deliciosa con la que hacer que nos cuestionemos nuestro modo de vida y la velocidad de un mundo que ya no reconocemos como nuestro hogar.



Remué (Dominique A, 1999)

1999 no fue el mejor año posible para Monsieur Ané en lo personal. Su ruptura con la también cantante Françoiz Breut fue la causante de una conmoción que se tradujo en este Remué, un triunfo artístico que supuso un viraje de 180º para el cantautor. En todos los aspectos. (...)




Slow Riot for New Zero Kanada (Godspeed You! Black Emperor, 1999)

Esta es la segunda referencia del conglomerado canadiense que por la época todavía se llamaba Godspeed You Black Emperor!. Un EP en el que todo parece funcionar especialmente bien, desde la sensación de abarcabilidad que da el formato corto, hasta el misterio de no poner casi por ningún lado ni título ni nombre del grupo. Desde el mensaje en hebreo de su portada ("sin forma y vacío"), hasta el hecho de que la caja del CD se abra al revés, siguiendo el orden de lectura en dicho idioma. (...)


Arabesque (Jane Birkin, 2002)

Creo que aquí más que tratar de adivinar si Gainsbourg hubiera aprobado esto, que creo que sí, deberíamos sopesar si esa decisión, como los últimos coletazos de su carrera, merecen nuestra atención incondicional. No olvidemos los bandazos que dio el genio parisino de finales de los 70 en adelante. (...)




Tékitoi? (Rachid Taha, 2002)

Un Rachid Taha totalmente integrado en el circuito y el gusto occidental, tira de contactos para crear un álbum lujoso que lo encumbre definitivamente como el rey del pop arábigo que lleva tiempo siendo. Para ello sigue en su alianza de acero con Steve Hillage, el cuál ha resultado clave en su sonido desde 1993, y añade la colaboración estelar de Brian Eno. No es sorprendente la enjundia y la importancia de esta última, una intervención que ha logrado un disco que suena espectacular como ninguno en la carrera de Taha. (...)


Amours suprêmes (Daniel Darc, 2008)

El Daniel Darc tardío suena solemne y clásico, con un marchamo de rotundidad en todo lo que hace que asusta. Se reposa en los tempos lentos, recita con maestría y sin dárselas de nada, hace su paradiña, templa y coloca. Todo parece salirle a pedir de boca, de ahí que sus canciones nos suenen a algo ya oído, pero no en el mal sentido de la copia inerte, sino en el de la calidad certificada. En estos amores supremos, título que parece homenajear al grandioso John Coltrane (también salió de refilón en la portada de ese Crève Coeur (2004)), nos vuelve a convencer una vez más de que lo suyo es de altísimo nivel. Y si consigue darnos mandanga una y otra vez, sin esfuerzo aparente, digo yo que por algo será. (...)


La superbe (Benjamin Biolay, 2009)

El mejor cantautor francés de la actualidad (con el permiso de Dominique A) se destapa por fin con una obra sólida y majestuosa. Para ello ofrece casi 100 minutos sin cansarse ni hartar. Mucho magro es lo que hay en este disco doble de corte clásico y versos certeros. La superbe peca mucho y falla poco. El pop destella vibrante, la herencia de Gainsbourg no es lastre sino virtud, los versos resaltan entre unos arreglos adecuados y precisos. De alguna forma, Biolay parece haber encontrado la fórmula del éxito. Siempre había tenido canciones estupendas, pero nunca había conseguido juntarlas con tanta gracia. (...)

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