MALDITISMO. El Daniel Darc tardío suena solemne y clásico, con un marchamo de rotundidad en todo lo que hace que asusta. Se reposa en los tempos lentos, recita con maestría y sin dárselas de nada, hace su paradiña, templa y coloca. Todo parece salirle a pedir de boca, de ahí que sus canciones nos suenen a algo ya oído, pero no en el mal sentido de la copia inerte, sino en el de la calidad certificada. En estos amores supremos, título que parece homenajear al grandioso John Coltrane (también salió de refilón en la portada de ese "Crève Coeur" (2004)), nos vuelve a convencer una vez más de que lo suyo es de altísimo nivel. Y si consigue darnos mandanga una y otra vez, sin esfuerzo aparente, digo yo que por algo será.
Será que nunca nos hartaremos de que nos recuerden sentencias no por manidas menos poderosas. Sí, ya sabemos de condenas y de amor, que Darc irá al paraíso cuando muera, bastante ha sufrido ya, y también que esta vida es mortífera como un escorpión. No hace falta que nos lo recuerden pero cómo nos aniquila escucharlo una otra vez. Será su voz despojada de artificios o tal vez los arreglos de seda pero este "Amours suprêmes" va a alcanzar sin problema el estatus de clásico imperecedero. Si no, al tiempo.
★★★★☆
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