CHANSON YÉ-YÉ. El disco que materializa la obsesión de Gainsbourg por Brigitte Bardot es, no sólo una de sus obras más redondas y eternas, sino uno de los álbumes de pop más grandes grabados en el idioma de Balzac. Un estatus que se ha ganado a base de melodía perdurable y veneno lírico de ese dulce y ponzoñoso que sólo ha sabido destilar el genio parisino.
Para ello se faja en sus crímenes habituales. Algo más cantarín aquí, no deja de lado esos momentos en los que nos está hablando sin que nos demos cuenta. Así de hipnótica es su voz, un soniquete perverso que hace pasar por melodía. Una musicalidad que explota aquí y allá en arreglos fantasiosos de pop orquestal y guitarrazos de rock & roll. Destaca, entre todo este apareamiento contra natura, su fijación por la música clásica, presente aquí y allá, clarísima en una "Initials B.B." que se despereza sobre la "Sinfonía del Nuevo Mundo" de Dvorak.
Estos arreglos, junto a los de "Ford Mustang" o la eterna "Bonnie and Clyde", están entre lo más profundo y celebrado del octavo disco de Lucien Ginsburg. Tampoco sería justo olvidar la aparente ligereza de "Docteur Jekyll et Monsieur Hyde", "Qui est 'in', qui est 'out'" o mi favorita, "Marilu", una canción preciosa en todo su sencillo esplendor y que encuentro el ejemplo perfecto para definir ese movimiento yé-yé tan injustamente denostado y al que se abona el tema y un disco que embriaga poco a poco. Escucha a escucha se va adueñando de nuestra voluntad. Como una droga.
★★★★☆
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