Exile in Guyville (Liz Phair, 1993)
ROCK ALTERNATIVO. No es que Liz Phair fuera la primera en desparramar sus tripas en sus canciones. Ya conocíamos lo que habían hecho mujeres poderosas como Patti Smith, Marianne Faithfull, Rickie Lee Jones o Joni Mitchell, por decir las primeras que me vienen a la mente. Lo que sí es verdad es que hasta que llegó ella nadie lo había hecho de una manera tan abrupta, tan insolente ni tan cruda. Liz Phair firma por primera vez con su nombre en este alarido libertario en forma de feromonas, sangre menstrual y sexo oral. Un disco en el que reclama su derecho al amor de usar y tirar, así como a aventar sus anhelos y calenturas.
Solo por esa forma de expresarse, tan vetada para la mujer, tan opuesta a lo que se espera(ba) de ellas, este disco es una obra capital del rock alternativo noventero. Una obra en la que todavía resuenan los últimos estertores de un grunge que la artista usó de plataforma de lanzamiento para dejarlo atrás sin remordimientos. Y una obra que tiene suficientes atractivos como para ser llamada clásico más allá de su condición de disco feminista por antonomasia.
PJ Harvey ya había plantado la semilla con ese seminal Dry apenas un año antes, pero Liz Phair se deja de metáforas aquí para estamparnos el mensaje en nuestra puta cara. Si creías que ese controvertido Jagged Little Pill con el que se dio a conocer una tal Alanis Morissette en 1995 es lo más en cuanto a provocación, es porque no has escuchado la obra maestra de la que estamos hablando. Decir que la crudeza que contiene deja en pañales a la canadiense, es quedarse muy corto.
Y eso que, a pesar de lo aparatoso del concepto, los orígenes del proyecto son más bien humildes. Todo se desarrolló a partir de unas cintas que Phair envió bajo el seudónimo de Girly-Sound. Ella parece que solo envió dos copias, una al líder de la banda Kicking Giant y otra al más famoso Chris Brokaw (Codeine, Come). Estos las hicieron circular y fueron los que posibilitaron la grabación de una obra que se espeja en el glorioso Exile on Main St. (1972) de los Stones. Según Phair, una respuesta canción a canción al disco de sus Satánicas Majestades. Algo que no deja de ser discutible por forzado y algo artificial, pero algo que siempre ha ido asociado a un álbum que de alguna manera tenía que explicar su título.
Será por eso que todas las canciones parecen tener un hilo conductor común. Al fin y al cabo todas surgieron de los huesos de la guitarra y la voz de Liz. Por eso, quizás, conserven ese hálito lo-fi que las hace tan especiales. Quizás ese sea el secreto del disco confesional definitivo. Mucho más allá de derivaciones más impostadas que otra cosa, teorías y conceptos que no le hacían ninguna falta a un álbum seco y sin florituras. Puro sexo animal, eso sí, con todos los prolegómenos.
★★★★☆
Total: 55:40
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