martes, 24 de abril de 2012

El pájaro y las alas

La carrera de Mikel Laboa se extendió a lo largo de cuatro décadas. Y en ese tiempo, en el que otros llenarían varias páginas con la lista de su discografía, él tan solo entregó siete discos largos (de estudio). Lo suyo siempre ha tenido que ver con la maceración y el aroma añejo que solo el tiempo da a las cosas. No ha sido amigo de prisas ni atropellos. Ni ha consentido autocomplacencia ni presión de ningún tipo.

Desde que empezara a mediados de los 60 con la creación del movimiento cultural vanguardista "Ez Dok Amairu" (no hay trece), Laboa ya empezaba a diferenciarse del cantautor medio. Sus gustos eran, forjados en sus estancias en Madrid y Barcelona, más sofisticados que los de la media. James Joyce y Bertolt Brecht eran su dieta habitual junto con la retroalimentación con compañeros como Benito Lertxundi. Y también Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. En la segunda ciudad conoció de primera mano las andaduras del movimiento cultural de "Els setze jutges" que sirvió para la formación del suyo propio. En Madrid estudió medicina y se especializó en neuropsicología infantil, un dato fundamental para entender su aproximación a la experimentación musical. Son remarcables sus "lekeitioak", experimentos sonoros donde la voz, los ruidos y las texturas se sitúan por encima de las palabras en la búsqueda de un efecto novedoso y fresco en el oyente.

Antes de esto se fogueó en la segunda mitad de los 60 en la recuperación y transmisión de la música tradicional vasca. Ahí fue desarrollando y perfeccionando sus dotes interpretativas parcas pero tremendamente expresivas. De ahí a su primer disco largo (Bat-Hiru, 1972) parece haber un mundo. El álbum más importante y querido de la música vasca es una maravilla de difícil descripción. La calidez folk acústica se roza con arrebatos de violines o electricidad y el exabrupto de una voz en continua exploración. La censura hizo lo suyo, por supuesto, al impedir la publicación del segundo volumen de lo que iba a ser un disco triple. De ahí el título, que significa "uno-tres".

Lo más sorprendente es que este disco no fue un espejismo sino la primera muestra de un talento inmenso que ha ido dosificándose en cuarenta años de carrera musical. La música del guipuzcoano ha sido un bálsamo y un altavoz para todo un pueblo. Los pájaros que han poblado buena parte de sus canciones han sido el mejor símbolo para describir a un artista que puede convivir con los mejores de cualquier época y país. El vuelo de su voz amable, cálida, telúrica y entrañable, pero también oscura y terrible cuando la ocasión lo requería, ha llevado en volandas a generaciones de oyentes ávidos de sensaciones y libertad. Ese vuelo se detuvo para siempre el 1 de diciembre de 2008. Tenía 74 años.

3 básicos

Bat-hiru ***** (1974)
La erupción desde el mismo comienzo. Tonadas populares de belleza excelsa y los primeros "lekeitioak". Un disco que ni mutilado pierde vigencia, potencia y plenitud. Prodigiosas "Txoria Txori", "Ama Hil Zaigu", "Haika Mutil", "Gernika" y "Baga-Biga-Higa". Heróico.


Lau bost **** (1980)
El segundo es otro dechado de dulzura melódica y fiereza experimental a partes iguales. A destacar, "Kantuz", "Xoxo Beltza", "Oi Pello Pello" y el graznido devastador de "Orreaga". Y tan curiosa como extenuante, una correosa "Komunikazio-Inkomunikazio" que a pesar de los pesares es bandera de este disco. Suculento.

Xoriek 17 **** (2005)
La despedida entra con lentitud pero se instala como una obra mayor para el donostiarra. Una vez que se aprende a sobrevivir a los 35 minutos que suman sus cinco canciones iniciales, se puede disfrutar una y otra vez de un disco variado, con atrevimientos idiomáticos ilimitados y la nota significativa de una colaboración de rock duro como la de los salvajes divinos, Lisabö. Conmovedor.

La mejor canción

En este caso hay que rendirse a la evidencia. "Txoria Txori" es "LA CANCIÓN" para la tradición vasca. Mikel Laboa las tiene igual de bonitas y mucho más innovadoras, pero esta canción se ha instalado en el subconsciente colectivo de todo un pueblo. Y eso no es moco de pavo. Tampoco es extraño con esa tonada acústica tan sublime y esa letra, ¡ESA LETRA! que es un puro haiku (aunque no lo sea formalmente).

Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no habria escapado.

Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era un pájaro.

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