sábado, 15 de agosto de 2020

La eterna pregunta sin respuesta


Duluth, MN, 1941 -

Bob Dylan supera ya los 80 años y sigue en la carretera. Más activo que nunca y con la inquietud intacta. No se me ocurre mejor motivo para celebrar la carrera de este gigante de gigantes, un artista imprescindible y el más influyente e importante del siglo XX (en la música al menos). Después de sonar en las quinielas al Nóbel durante varios años, se lo dieron por fin en 2016. ¿Quién se lo iba a imaginar cuando ese muchacho imberbe que rondaba la veintena empezaba en los garitos de Nueva York?

Lo suyo era ya especial. A pesar de integrarse en la selecta pero añeja estirpe de los folkies protestones, su estilo ya era algo que llamaba la atención. Eso y las primeras canciones de su puño y letra en las que mezclaba su adoración por Woody Guthrie con un deseo de expresar que no entendía de corsés. Así entregó unos primeros discos de folk acústico que empezó denunciando y poco a poco fue metiéndose en terrenos más personales y poéticos. 

De ahí al abrazo de la electricidad a mediados de los 60 había un paso. Y es que cuando Dylan descubrió el poder de la guitarra eléctrica se lanzó de cabeza con el rock 'n' roll como el vehículo perfecto para sus versos sabios y galácticos. Algunos no se lo perdonaron en la época. Ni la traición ni el que se negara a representar lo que le pedían. A pesar del público, él nunca se ha considerado ni portavoz generacional ni profeta visionario. Nunca entendió unas etiquetas de las que ha huido siempre como de la peste. Siempre ha dejado claro que lo suyo no es categorizable ni puede ser enjaulado o controlado.

Esa libertad como objetivo último también le ha llevado a la deriva por caprichos o impulsos no siempre exitosos artísticamente. Así hemos vivido con dolor y admiración sus discos de divorcio. De lo más sangrante y emocional que se haya escrito. También su época country, su etapa cristiana militante, su sequía creativa de los 80, sus directos más o menos prescindibles, y por último ese retorno a la senda de los grandes con la llegada de los 90.

Bob Dylan ha sido el primero en casi todo. Y a la vez, los que lo amamos tanto sentimos que es el último. El último de una estirpe que nació y morirá con él mismo. Una estirpe que, eso sí, ha propiciado la aparición de afluentes de gran caudal. La carrera de Bob Dylan es un río que se abre profuso en miles de posibilidades. Un río caudaloso y potente. El que más. Un río en el que muchos llevamos navegando desde hace muchos años. Algunos llevarán 60. Y lo mejor es que aunque sabemos que acabará en el mar, nunca deja de sorprendernos las maravillas que podemos encontrar a cada recodo.

UN DISCO

Blonde on Blonde (1966)

La joya de la corona, no sin dura pugna con dos o tres más, sería esta gema doble en la que Dylan enseña al mundo cómo inyectar su poesía mercurial y visionaria en un contexto blues rock donde mandan las guitarras y los teclados más ácidos en que pensarse pueda. En este disco como en ningún otro, bueno, también en Highway 61 Revisited (1965), el Bardo alarga las sílabas en un grito infinito y juega con el feísmo para darse de bruces con la belleza más prístina e inimaginable a priori. "Just Like a Woman", "I Want You", "Visions of Johanna", "4th Time Around" y cada una de las piezas que conforman este rosario dan buena fe de la grandeza de un momento irrepetible. Una gozada tan absoluta que hay que escucharla para poder creerla.

EN QUINCE CANCIONES: After the Flood

1. "Mr. Tambourine Man" (1965)

Esta canción encapsula todos los poderes que Dylan venía derramando después de cuatro álbumes magníficos. Un proceso de aprendizaje con la realidad más descarnada como materia prima, la cual transforma aquí en pura fantasía con solo unas gotas de sus palabras mágicas y un pelín de polvo de hadas. Puede que con "Blowin' in the Wind" empezara todo, pero con "Mr. Tambourine Man" Dylan nos enseñó que era posible viajar a las estrellas.

2. "Love Minus Zero / No Limits" (1965)

Acústica en ristre, armónica y versos libres para meternos en la piel el helor del desamor con una calma, una pausa y un sentido melódico que aún hoy me causa escalofríos. Cómo es posible decir tanto con tan poco.

3. "It's All Over Now, Baby Blue" (1965) 

Las variaciones posibles a partir de los mismos materiales se antojaban infinitas en estos tiempos. Cantautor, portavoz generacional, poeta del compromiso... Lo que quieran, pero sobre todo artesano de los objetos más maravillosos. Te lo digo sin tapujos y a la cara: se acabó, chica triste.

4. "Positively 4th Street" (1965)

Aquí es donde Dylan empieza a aullar alargando las sílabas hasta que lo insoportable se convierte en sublime. Una técnica que usaría como nadie en sus dos siguientes álbumes. Algo único y una de las cosas que hacen que o lo odies o lo ames para siempre. Para mí lo segundo siempre me ha parecido inevitable.

5. "Like a Rolling Stone" (1965)

Una de las mejores canciones de la historia del rock. Poesía en grado sumo, mayoría de edad y paso al rock sin medias tintas. La parroquia se dividió hasta el paroxismo. ¡Traidor!, gritaban muchos. ¡Mesías! aventaban muchos otros. Lo cierto es que la autoridad con la que entra el teclado y Dylan a la voz son las pruebas más evidentes de que no había marcha atrás. El tiempo, por supuesto, le acabó dando la razón. Si se tuviese la aberrante necesidad de escuchar solo una canción del Bardo, tendría que ser esta, aunque no sea mi favorita.

6. "Just Like Tom Thumb's Blues" (1965)

Y después de dos pildorazos donde manda el rencor más furibundo, un poco de realismo mágico entre la frontera mexicana y la Rue Morgue. Imágenes en cadena para invocar a una miríada de mujeres hambrientas dispuestas a hacerte pedazos. Ya nos gustaría a algunos.

7. "Visions of Johanna" (1966)

A día de hoy mi canción favorita del de Duluth. Esto va cambiando como las olas del mar, pero nunca podré resistirme a la poesía automática de un tema que suena a saber muy bien lo que se está haciendo mientras te paseas por la cuerda floja con el abismo de lo desconocido abierto en canal a tus pies. Un tema que refleja como ninguno el ardor de las noches en vela y esas eternas vueltas a casa en tren entre sopor, mareo y deseos embalsamados.

8. "I Want You" (1966) 

Dylan y el amor. No esperen nada directo, nada concreto en una canción que empieza con el verso "el enterrador culpable suspira, el solitario organista llora...". Todo un baño de realidad entre noticieros, borracheras y charlas con amigos para llegar a la más triste conclusión tras el abandono: que te quiero, no hay más. No sabemos si por suerte o por desgracia.

9. "Just Like a Woman" (1966) 

Otra joya de Blonde on Blonde. La más refulgente quizás, según la opinión general. Aquí el maestro juega a ser Nabokov y nos presenta a su Lolita particular. A poco que se rasca, sin embargo, vemos que no se trata de eso, sino de un poco más de resentimiento ante una mujer que no supo estar a la altura y se comportó, eso, como una niña malcriada. Todo bajo la visión parcial del afectado, claro, pero si nos lo cuenta así, tenemos que creérnoslo.

10. "John Wesley Harding" (1967)

Aquí nos vamos al oeste a disfrutar de una historia de forajidos y cuatreros, pero de los buenos, de los que roban al rico para dárselo al pobre. Un retrato romántico que no le pegaba nada a todo un descreído como Dylan, pero que después de la vorágine de su trilogía del mercurio salvaje era justo lo que necesitaba. Porque quizás él mismo se sentía también así, asediado y perseguido. Deseoso, por tanto, de refugiarse de todas las miradas.

11. "I Shall Be Released" (1971)

Una canción escrita y ensayada durante la reclusión del músico y los miembros de The Band en West Saugerties (NY) en el 67. El grupo se apropió de ella y la grabó primero para su álbum Music from Big Pink (1968). Dylan la rescató para un recopilatorio y la grabó en condiciones en el 71, convirtiéndola en uno de sus temas más inmortales.

12. "Simple Twist of Fate" (1975) 

Entramos de lleno en el disco de divorcio por antonomasia. Blood On the Tracks (1975) es una tormenta emocional como no ha habido otra y su segundo corte una pieza maestra de la melancolía más terminal. Un lamento en el que no se trata de buscar culpables y se cumpla al destino cruel del peor desenlace posible. Una canción en la que no hay rencor, solo pesadumbre extrema y un vacío desolador.

13. "Idiot Wind" (1975) 

La otra cara de la separación. Desgarro, gritos e incluso ira. Una canción que es todo un ajuste de cuentas cargado de odio y reproches hasta rozar la misoginia más descarnada. Por mucho que duela como la verdad más verdadera, y por desgracia, no se podría escribir hoy día. 

14. "Isis" (1975)

Algunos echarán de menos "Hurricane" o "Oh, Sister" del mismo álbum, Desire (1975). Por mi parte siempre he tenido clarísimo que me motiva mucho más la historia entre mística y visionaria que narra uno de los temas más extraños de Dylan. Matrimonios, encuentros extraños, pirámides y, como siempre, preguntas sin respuesta.

15. "Blind Willie McTell" (1983)

Un crimen contra la humanidad. Dylan grabó esta canción durante las sesiones de Infidels (1983) y no la incluyó en el disco. Todo un homenaje a un bluesman tan injustamente olvidado como este tema que para todo el mundo es uno de los mejores que el Bardo escribiera nunca. Es cierto que para su melodía se basa en el clásico "St. James Infirmary", escrita por Irving Mills y popularizada por Louis Armstrong, pero Dylan hace grande la melodía con esa letra tan hondísima y esa interpretación para la posteridad. Cierre de oropel para un recopilatorio de ensueño.

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