miércoles, 12 de octubre de 2016

Mejor con subtítulos

La Vie en Rose / Édith Piaf Sings in English (Édith Piaf, 1956)

CHANSON
. Aquí no se trata de lo bien resuelta que esté la cosa, ni de lo notable de la interpretación de la Piaf. Se trata, creo yo, de valorar una decisión que a día de hoy todavía me parece incomprensible más allá de la intención de hacer caja de la buena.

Los artistas más grandes lo son a menudo por identificarse con un pueblo, un terruño, ese algo que va en su ADN y que vuelcan en cada canción, en cada requiebro y en cada lágrima. Se me hace imposible imaginarme a Neil Young cantando en alemán, a Camarón en tagalo o a Kraftwerk en vietnamita. Simplemente es una cuestión de alma. Hay que decidir cuánta se está dispuesto a perder a cambio de que te comprendan mejor. La Piaf no pierde demasiado aquí, todo hay que decirlo, así de grande es, pero sí que choca un poco oírla en un idioma que no es el suyo. Indefectiblemente no puede ser lo mismo entregarse del todo que actuar en el sentido máximo de la palabra.

Dicho todo esto, está claro que no entraba yo en el disco con la actitud ideal, cierto. El prejuicio, por mucho que intentemos negarlo, es algo inherente al ser humano. Así las cosas el disco no está mal. No puede estarlo con tal repertorio. Se puede escuchar aunque echemos en falta el pellizco verdadero de antaño. Las interpretaciones son correctas al máximo y el acompañamiento, tan Broadway, tan melodramático, es resultón y certero. Los peros más grandes los encuentro en las traslaciones de "Hymne à l'amour" (mi favorita de siempre) y "Les trois cloches". En su conversión en "Hymn to Love" y "The Three Bells" son para mí las que más han perdido. La primera ha visto mermado su romanticismo salvaje y la segunda, que nunca me entusiasmó, ha quedado aún más ramplona en su versión anglófona.

No es este un disco que recomendaría para introducirse en el mundo de la Piaf. Tampoco creo que sea imprescindible en su discografía. Es cierto que cuando suena se le puede dejar terminar sin interrumpirlo. No es para nada desagradable y en él la francesa cumple con creces. No está mal siempre que no tengas algún otro de la parisina a mano.

★★★☆☆

Total: 

A pesar de su distancia en cuanto a profundidad, intenciones y estética, veo algo en este movimiento de la Piaf que me lleva a ese "Poeta en Nueva York", poemario que Federico García Lorca escribiera durante su estancia en la Universidad de Columbia. Ambos comparten mucho de esa deslocalización, ese desconcierto, ese sentido de pertenencia a algo más grande que el terruño y, por qué no, de esa fascinación por el país de la ciudad de los rascacielos.

 La Piaf era toda una estrella en Norteamérica desde que realizara su primera gira allá por 1947. En el 48 recaló en Nueva York donde iniciaría su gran historia de amor con la ciudad y con el boxeador Marcel Cerdan. Desde entonces el Carnegie Hall de Manhattan se convirtió en una suerte de segundo hogar para la parisina. De ahí a este disco transcurren ocho años en los que no hace sino acrecentar su fama y su leyenda en el otro lado del charco.

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