Las palabras se agotan, se atascan en el cerebro y la garganta. Simplemente no salen cuando se trata de enfrentarnos a las cosas más maravillosas de este mundo. Al cielo azul, el mar salado, la congoja suprema. A canciones como este "In Dreams" del inmaculado Roy Orbison.
Digo "como este" con la boca chica. Como si algo como esto pudiera existir en este mundo o en algún otro. Como si alguna tonada pudiera tan siquiera igualar el estremecimiento de ese comienzo con ese irrepetible "I close my eyes...". Como si se pudiera soñar con alcanzar el poder de esas trompetas mariachi y de esa voz, esa voz, esa voz que sube al final en un falsete imposible buscando esa zona de tu alma donde nadie ha llegado antes. La voz de la verdad que nos transporta en un sueño que no podemos olvidar por muy pronto que acabe. Y se acaba, joder, siempre se acaba.
Y luego está David Lynch, experto en viciarlo todo, para meterla en esa escena tan increíble como memorable de Terciopelo azul (1986), y claro, ya nunca volveremos a escucharla igual. Por mucho que eso sea otra historia.
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