SOFT ROCK. Unos Dire Straits de vuelta de todo se encierran en el estudio más de seis años después de su "obra maestra" y dan con un hallazgo que pocos esperaban. Cuando ya casi habían perdido la relevancia, toman aire para dar su último golpe antes de despedirse con honores.
La portada sigue siendo un sinsentido. No sé qué pasa con este grupo, pero es un punto negativo en el que coinciden demasiados discos. Un detalle anecdótico si atendemos a la calidad del blues-rock que llena esta obra. Su último disco es el que más bebe de las raíces, el que menos innova (si es que esta palabra tiene sentido con este grupo). Aquí simplemente se dedican a trabajar sobre patrones clásicos, manidos si me apuran, para tratar de dar con canciones memorables. Y a pesar de todos sus peros, lo consiguen.
El disco dura una horita, ahí es nada, pero se puede digerir sin mucho esfuerzo. Se goza dentro de sus límites durante casi todo su metraje. Apenas hay un bache, bastante pronunciado, a la altura de esa insustancial "My Parties". No se puede decir que se recuperen del todo, pero sí que vuelven a retomar el tono con las otras dos pistas y al final redondean un trabajo digno, que no sólo sucede con solvencia a esa bestialidad de ventas que fue "Brothers in Arms" (1985), sino que para mí incluso lo supera. No en los picos, pero sí en el nivel medio. Al final el equilibrio se acaba agradeciendo. Dire Straits nunca inventaron nada, aquí menos aún, pero se despiden con un disco que deja satisfecho y con buen sabor de boca.
★★★☆☆
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