sábado, 19 de diciembre de 2020

Corazones reventados

Been Here and Gone (Thalia Zedek, 2001)

ROCK DE AUTOR. Thalia Zedek no tenía bastante con Come. Está más que claro ante la carnicería emocional que desarrolla en este primer trabajo en solitario. Un disco que está hecho de tierra de cementerio y de corazones reventados. De cuchilladas por la espalda y de cómo lidiar con un dolor tan inesperado como inevitable. Así de descorazonadora y de triste, tristísima, es esta obra.

Una desolación terminal que también acaba siendo demasiado. La Zedek pone a prueba el aguante del oyente durante una travesía larga y negra como el abismo. Algo que siempre va a encandilar a esas almas atormentadas entre las que me incluyo, pero que hay que reconocer que es demasiado en todos los aspectos. Por mucho que lo adorne con un par de versiones de órdago. Dos pináculos dentro de un disco con un buen puñado de ellos. Me refiero a ese "Dance Me to the End of Love", que Leonard Cohen dedicara a las víctimas del holocausto y a ese dechado de melancolía de la mejor que es "Manha de carnaval" de la película "Orfeo negro" (Marcel Camus, 1959).

 

Secreto a voces

 

Al final, dos decisiones acertadísimas. Dos maravillas que en la voz cansada y rota de Thalia se destapan como el antídoto perfecto para los días más oscuros. Como "Excommunications (Everybody Knows)", "Back to School", "1926", "Desanctified" o "Temporary Guest". Como todos esos pianos y esos violines que azuzan la calma sin llegar a encabritarse. En eso se diferencia de su etapa en Come. En la forma de trabajar una calma tensa que ya había demostrado dominar. Pero aquí todo parece quedarse en su sitio. Ligeramente descolocado, levemente torcido, como la sonrisa más triste, como la herida más profunda. Como ese rincón favorito que todos tenemos y al que regresamos una y otra vez, porque sabemos que ahí nadie nos va a hacer daño.

★★★

 

Me es imposible evitar acordarme de esa "Acordes y desacuerdos" con la que Woody Allen encandiló (al menos a mí) en 1999. Las razones son peregrinas, por supuesto, y se agolpan todas detrás de la luna, el corazón y la escalera de la portada. Objetos que me llevan a ese remedo de Django Reinhardt que bordó Sean Penn tocando la guitarra en esa luna creciente para gozo y maravilla del público. 

Será que bien mirado la cosa no deja de tener su puntito de tristeza. La vida del guitarrista, el hecho de "venderse" al vil metal... Situaciones cotidianas como las que nos retrata una Thalia Zedek que no sabe hacerlo sin desparramarse en sus versos, sin llorar hasta exprimir la última lágrima ni sin desangrarse hasta quedar seca como una pasa. Por eso la adoramos, claro.

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