Our Endless Numbered Days (Iron & Wine, 2004)
FOLK. Llegó la última esperanza blanca, el nuevo heredero de Bob Dylan, el hermano pequeño de Will Oldham, la reencarnación de Nick Drake. Mejor soltar todos los títulos que se le han adjudicado a Sam Beam y así podemos pasar a otra cosa. Y no porque no haya algo o mucho de verdad en tales comentarios, pero el de Carolina del Sur tiene talento de sobra como para explicarse por sí mismo.
La primera impresión que deja este segundo álbum es la de que estamos ante un artista que sabe lo que se hace, que sabe de qué va esto y al que le importa muy poco seguir la moda del momento. A ver quién es el guapo que me dice que el folk a palo seco ha sido lo más de lo más alguna vez en los últimos treinta o cuarenta años. A ver quién se atreve a poner el fingerpicking como la última tendencia. ¿Y ese susurro que nos cuela? ¿Pega algo con unos tiempos vertiginosos en los que casi nadie quiere o puede pararse a escuchar?
No, Sam Beam no va con los tiempos que le han tocado vivir. Por suerte para todos nosotros. Él, al menos en estos comienzos, se afana en la artesanía del vocablo bien pronunciado, de la nota inmaculada y en su sitio justo... En detalles, en definitiva, que a casi nadie pueden importarle en estos tiempos. Porque no hay nada bombástico aquí. No hay pirotecnia. No hay pose ni mucho menos aplastamiento por acumulación. Así de raro y así de magnífico es Iron & Wine. El último cisne que no vas a apreciar hasta que despliega sus alas.
Por pedirle algo, echo en falta algún tema de esos que llamamos inmortales. O por lo menos dos o tres más "Cinder and Smoke". Sí, eso habría ayudado muchísimo.
★★★☆☆
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