CHANSON. Este disco, junto con el posterior, viene a poner orden en el pequeño lío discográfico que se montó Jacques Brel entre el 63 y el 64, sin duda, una de sus mejores épocas, ya que alumbró un puñado de clásicos eternos con los que acabó de dar forma a ese arte escritural e interpretativo que estaba desarrollando. Dichas canciones fueron publicadas en álbumes diversos, en diferentes formatos y combinaciones, aunque el tiempo y las reediciones (integrales incluidas) han acabado poniendo a este álbum y al ya mencionado Ce gens-là (1966) como los receptáculos canónicos del material elaborado en esos años. ¿Pueden considerarse por tanto recopilatorios? En cierta forma, ya que no hay material realmente inédito en el disco que nos ocupa, aunque al ser la primera plasmación definitiva de esas canciones en los recientemente inventados 33 revoluciones, más bien los veo como los cuadros definitivos después de unos cuantos bocetos.
En cualquier caso, el gozo que produce el, digámoslo sin miedo, séptimo álbum de Jacques Brel está fuera de toda duda. Apenas seis minutos después de sumergirnos en él ya tenemos la sensación de que estamos ante un giro de tuerca en cuanto a elegancia y sentimentalismo. Una cualidad, esta última, tomada en el buen sentido, en el de la emoción curada por el frío y el fuego lento de la atemporalidad. Y una cualidad que queda resaltada por el trabajo superlativo de Rauber y Jouannest, sus eternos lugartenientes, en las orquestaciones.
Está clarísimo. No hay más que dejar reposar estas canciones, dejar que nos invadan el torrente sanguíneo, para darnos cuenta de que Brel ha dado un paso de gigante en esta primera mitad de los 60. Aquí se nos revela un autor vivo y coleante que sigue encontrando nuevas formas para su poesía. Dentro de su estilo sin prisioneros consigue aumentar la intensidad de sus caricaturas. Inolvidable el cuadro deformado con el que ataca a las beatas de manual ("Les bigotes"), más aún ese relato absolutamente descarnado en el que nos enfrenta a todos y cada uno de nosotros con el inexorable paso del tiempo ("Les vieux"), y no me quiero dejar ese desencanto punzante que parece teñido de algo de misoginia ("Les filles et les chiens"), pero que no es tal y acaba siendo una auténtica declaración de amor. Piezas maestras, en definitiva, que dejan claro el nivel en el que se mueve el cantautor. Pues eso, estratosférico.
Total: 39 min.
Lo cual no deja de ser un poco pusilánime y tontorrón por nuestra parte. Ya lo explicó en su momento. Todos podemos ser "beatas" en un momento dado. Más que a las viejas que se arrodillan y se santiguan vehementemente cada día, se refiere a toda persona que no arriesga, a todos aquellos que siguen una ideología sin cuestionarse nada, como esclavos, dejando su espíritu crítico en un reposo letal.
Está claro, ¿no? Podría haber usado otro término, dirán algunos/as. Pero, pensémoslo bien. Tanto en su época como en la nuestra, ¿se entendería el mensaje si habláramos de "beatos" así en general? ¿Hay otra figura universal, masculina incluso, que represente mejor esa idea? ¿No es la figura femenina en este caso, y seguro que no por su culpa, la que se ajusta al perfil que pretende retratar? Lo siento muchísimo. El que no lo vea claro no va a poder disfrutar de la canción, y eso sí que es una pena.
(En la imagen: Las beatas (Oswaldo Guayasamín, 1941))
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