DYLAN. Chan Marshall la vuelve a liar sin moverse ni un milímetro de sus convicciones y filias. Unos cuantos discos de versiones después, obras de enjundia que la han encumbrado como una de las más grandes en dichas lides, no se le ocurre otra cosa que calcar, canción a canción, el fastuoso concierto que Bob Dylan diera en Mánchester el 17 de marzo de 1966. Un directo para la historia en el que Dylan aprobó, selló y certificó su discutida pero gloriosa reconversión eléctrica.
El concierto, ya lo sabemos casi todos, fue en Mánchester, como digo, y no en el Royal Albert Hall londinense, aunque los primeros piratas que lo glosaban erraron el lugar y así se quedó durante mucho tiempo. Tanto es así que el lanzamiento oficial del concierto en 1998 mantiene el nombre del auditorio capitalino, eso sí, entre comillas.
Pues como queriendo desfacer un entuerto, cuando desde el regio recinto le propusieron tocar, a la de Atlanta no se le ocurrió otra cosa que enmendar dicho error y homenajear a su ídolo con esta recreación, que es toda luz y toda amor. Una idea que solo puede venir de la devoción más absoluta. Y una materialización de la misma en la que el tiempo se detiene exactamente igual que hiciera el Bardo casi sesenta años atrás.
Ante eso la verdad es que no hay manera de prepararse. La forma en la que Cat Power silabea y entona sobre esa guitarra acústica, el silencio solemne y absolutamente extático del público, la armónica que nos transporta a tiempos pasados... Todo, absolutamente todo, nos indica que estamos ante otro momento histórico. Una sensación que no decae en absoluto cuando su banda coge los bártulos de matar y se enfrenta a la segunda parte del concierto, sí, como hiciera Dylan con los Hawks, la eléctrica, la de la reafirmación y la de ese nuevo rumbo sin posibilidad de vuelta atrás.
No es que haya muchos más detalles que destacar. La cantante se aferra a la fidelidad en las versiones como nunca ha hecho antes. Será señal de su respeto máximo hacia este material. Será que la madurez la lleva por ese camino. Será lo que quiera ser, pero la forma en la que contesta con ese "Jesus", más desganado que sorprendido, al grito de "Judas!" que como Dylan ella también recibe, deja claro que su inmersión en el océano del genio más grande que ha dado la música popular es honesta, sin dobleces y a pleno pulmón.
Ya no valen las excusas con el de Duluth. Cat Power entrega una joya, un ejercicio de puro amor, ya lo he dicho antes. Es cierto también que el hecho de que uno de los discos del año sea una simple recreación de un clásico da qué pensar, y no precisamente en positivo. Porque, no lo olvidemos, lo que estamos haciendo no es sino regodearnos en una oportunidad única para escuchar a Dylan sin el coñazo que puede suponer escuchar a Dylan.
★★★★☆
Xxx
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