domingo, 5 de enero de 2025

A patadas y por la puerta trasera

In Through the Out Door (Led Zeppelin, 1979)

HARD ROCK. Con un Jimmy Page en plena vorágine drogota y un Robert Plant que había iniciado una nueva vida familiar lejos de eso, tuvo que ser John Paul Jones el que cogiera las riendas en los recién inaugurados Polar Studios de Estocolmo (propiedad de ABBA), para dar forma al que iba a ser el canto de cisne de Led Zeppelin. Un octavo álbum que iba a ser recibido con un entusiasmo hipérbolico por parte de una afición tan ávida que lo colocó en el número 1 de ventas de inmediato. La crítica fue algo más dura, basculando entre la loa por el eclecticismo de una obra a la que otros le achacaban su dispersión excesiva y su falta de foco y de canciones realmente memorables.

El tiempo, me temo, no ha mejorado esta última apreciación, la cual diría que es la preponderante entre los melómanos de pro. Yo al menos la suscribo hasta la última coma. No, no es para mí este álbum la despedida que merecía el grupo. Que ese título puede que haya que otorgárselo a Coda (1982), pero al estar hecho de retales de antiguos discos y no contar con la intervención de la banda al completo, creo que la vitola de último álbum de Led Zeppelin debe recaer en este In Through the Out Door.

Algo que no deja de ser doloroso por el nivel tan limitado que alcanzan aquí los londinenses. En una obra que toma como molde el disco anterior, Presence (1976). Como aquel, cuenta con siete temas, empieza con una canción larga y épica y acaba con un blues lento y precioso. Casi todas las canciones son largas, como en el disco del 76, siendo cinco de las siete las que se acercan o superan con creces los seis minutos. Todo esto unido a la suavidad buscada a posta por parte de Jones y Plant hace que parezca un disco más bien de transición con pocas novedades. 

Lo que pasa es que sí que las hay. Y por desgracia, diría yo. Para empezar, el disco se distancia de su hermano mayor en el uso indiscriminado y casi diría que infame de los sintetizadores. Una prueba más del paso a un lado que dio Jimmy Page en esta grabación. Y para acabar, si en el otro había un andamiaje sólido que al menos trataba de sostener el álbum, aquí eso es prácticamente inexistente. No, "All My Love" no puede compararse de ninguna manera con "Achilles Last Stand".

Aun así, tampoco veo un bajón significativo en esta colección deshilachada e inconexa respecto a lo que habían hecho tres años antes. Y eso que tiene ahí en su corazón un motivo de peso para tirarlo a la basura: "Carouselambra" hace honor a lo que he dicho arriba sobre los sintes y se erige en sus más de diez minutazos como candidata número uno a peor canción de Led Zeppelin. No sé si habrá alguna que pueda disputarle ese dudoso cetro, aunque no haya que irse muy lejos para buscar candidatas. Aquí hay alguna más, y lo siento por la deliciosa "I'm Gonna Crawl", pero eso es lo que acaba sentenciando a este disco. No a muerte, de acuerdo. Nos quedaremos en prisión permanente revisable.

★★☆☆☆

A1 In the Evening 6:51 ✔
A2 South Bound Saurez 4:14
A3 Fool in the Rain 6:12
A4 Hot Dog 3:17
B1 Carouselambra 10:34
B2 All My Love 5:56
B3 I'm Gonna Crawl 5:30

Total: 42:34

Lo más curioso, y casi diría que interesante, de este álbum está en el apartado visual. Para empezar, los genios de Hipgnosis, colaboradores habituales de la banda, crearon una nueva maravilla en la que idearon seis portadas diferentes de una escena de bar, cada una desde la perspectiva de un parroquiano distinto. Esta foto iría envuelta de una bolsa de papel de tal manera que el comprador no sabía cuál le había tocado hasta abrirla.

La audacia de nuestros amigos pretendía ir más allá, al no poner título ni el nombre de la banda en ningún sitio. Algo a lo que la discográfica no estuvo dispuesta, obligando al grupo a poner ambos indicadores en la bolsa de papel. En cualquier caso, sea por estos trucos o por la avidez de unos aficionados que llevaban tres años sin música nueva de sus ídolos, el disco fue directo al número uno nada más salir.

 

Unos augurios que se presentaban más que optimistas para la banda y que no se vieron materializados cuando, poco más de un año después del lanzamiento, acaeció la tragedia con la muerte del batería, John Bonham, ahogado en su propio vómito. Había ingerido unos cuarenta vasos de vodka en menos de doce horas.

La conmoción en la banda fue de aúpa. Tanto que casi de inmediato decidieron disolver el grupo. Un final que nadie se esperaba con una banda que, al menos comercialmente, seguía en la cima del mundo.

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