martes, 26 de mayo de 2009

¡atiende pájaro! #7

Ya sabemos que Johnny no era un tipo simpático. Por eso no debe extrañar ver a un torero desangrándose a sus pies. Bueno, antes se había hecho simpatizante de los antitaurinos. Y todo esto tiene una explicación.

A Johnny los toros nunca le habían hecho gracia, pero el caos que se había formado en su barrio ese día a eso de las 18.30 iba a terminar de rematar lo poquito de bien que podía pensar de la fiesta. Tíos engominados al volante de todoterrenos (qué digo, tanques) de las marcas más exclusivas invadieron los alrededores de la plaza. Auténticos carros de combate que necesitaban dos plazas de aparcamiento. Johnny solo quería una, la suya, la que le correspondía. ¡Era su casa, por el amor de Dios! Y después de 45 min. no había manera de encontrar nada a un kilómetro a la redonda. Para más inri, los peatones asaltaban las rotondas como hordas de otomanos cargados con sus cojines y sus sombreros de paja. No solo tenía que mirar con un ojo por si había un hueco, tenía que controlar los frenazos del de delante y tener cuidado con que no se le cruzara algún seguidor de la fiesta. Más que todo por respeto a la ley, no por otra cosa.

Al fin, una hora y pico después, tras verse obligado a emigrar de su barrio, de su tierra y de su hogar, encontró un sitio en la frontera con Portugal. Es un decir. Eso le parecía a Johnny mientras volvía a casa farfullando improperios contra todo ser engominado, todo carro de combate, todo lo que oliera a la odiosa fiesta nacional.

El resto es historia. En cuanto al torero que yacía a sus pies moribundo, lo había atropellado un autobús cuando bajaba de un Audi Q7. Ironías de la vida. Queda patente que el transporte público no está hecho para la gente con posibles.

Servicios especiales de feria... Mala cosa, Johnny.

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