jueves, 25 de junio de 2009

el pianista: this machine kills fascists


"If you prick us do we not bleed?
If you tickle us do we not laugh?
If you poison us do we not die?
And if you wrong us shall we not revenge?"

(William Shakespeare, "The Merchant of Venice")

Varsovia, 1939. Las vidas normales de sus habitantes iban a verse truncadas de golpe por la invasión alemana. Por supuesto los judíos más que nadie sufrirían una caida progresiva, metódica y irrefrenable. De sus vidas apacibles, opulentas o simplemente dignas iban a pasar a la pobreza, la humillación y la despersonalización más abyecta. Nada que no sepamos. Nada que queramos recordar. Pero magistralmente narrado por Polanski.

Lo que más sobrecoge de la película es la normalidad y el silencio que cae a plomo sobre los personajes y las calles del gueto. Normalidad, teniendo en cuenta las circunstancias, tanto la que los nazis querían imponer como la que los judíos trataban de conjurar para reconstruir una dignindad vapuleada a base de humillaciones, vejaciones y masacres indiscriminadas. Y todo esto sobrecoge por lo metódico y calmado en la sucesión de hechos. La caida de Wladyslaw Szpilman y su familia, que es la del resto del pueblo judío, no es meteórica, sino que se va produciendo poco a poco. Medida a medida, ley a ley, acción a acción. Eso sí, es imparable y acaba en un abismo de miseria, hambre y animalización. Lo peor era eso, cómo los judíos eran despojados de su humanidad, de su identidad como seres humanos. Esto, hecho poco a poco, hacía imposible una posible revuelta. Por supuesto, una vez más nada es imposible, y esta se produjo. Sus resultados, evidentemente, tuvieron escasa repercusión más allá del intento desesperado en medio de la desesperanza más absoluta.

El Pianista es la historia real de Szpilman según la cuenta en sus memorias, aunque narrada a través de Roman Polanski. El director también vivió en un gueto en su infancia (el de Cracovia) y se puede decir que pasó por circunstancias parecidas a las del pianista. Así, la historia de Szpilman y la de Polanski confluyen, se entremezclan y de ese flujo resulta esta película que habla de supervivencia, de horror, de muerte y de triunfo. Sí, la vida de nuevo se abre paso entre los cadáveres.

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