Estos días me he subido en marcha al Rattus Norvegicus de The Stranglers. Un disco del 77, lo que implica que surgieron con el punk, pero cogieron solo algún brochazo de la nueva tendencia. Bueno, aparentemente, porque si nos fijamos en profundidad nos daremos cuenta de que en realidad tanto en su modus operandi como en su arrojo son más punks que cualquiera, lo que pasa es que esas canciones de más de 4 minutos, esos solos y ese teclado a lo The Doors no los emparentan con lo sucio y lo bajuno de la secta del imperdible. Pero como digo este disco es del 77 y el primer largo de un grupo que ha sabido conjugar la suciedad y la melodía, la abrasión y el misticismo callejero como pocos.
Esto se llama como el nombre genérico de la rata común. Jugando al despiste, The Stranglers maravillaron con ese toque sesentero pero ensuciado, con ese cuero manchado de carmín, ese toque arty que podía parecer barriobajero y elegante a la vez. Como su sonido, una melopea insuflada de aire por un teclado tintineante y una guitarra que lo mismo sonaba guillotinada que desbocada de psicodelia. Melodias inmaculadas sobre las que soltar algún verso caliente y más de un esputo. El inicio de algo grande.
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