martes, 14 de diciembre de 2010

momentazo #32: el temblor




North Star Deserter **** (Vic Chesnutt, 2007)
 

Vicente Castaña tenía un pacto con algún demonio antiguo. De esos que te visitan por las noches. Cuando hace frío y estás solo. Parece que le otorgó poderes mágicos, una guitarra de nailon y alguna maldición secreta. El compendio de cosas que todo genio necesita. Vicente Castaña cantaba desde su silla de ruedas con una pena de "perdona-que-no-me-levante" y con una sonrisa socarrona de "amaos-los-unos-a-los-otros". No estaba hecho para protestar y siempre reía desde un cuerpo anegado por el dolor y las recetas. Vicente Castaña conocía lo importante de la vida. Vivía de esquivar a la muerte y eso lo hacía un poco menos infeliz. Y cantaba proyectando una voz de perro viejo y sabio, de una preciosidad estrellada y serena. Una voz que podía navegar por un mar encrespado y crear ondas en un remanso embalsado. Sí, Vicente Castaña lo sabía demasiado bien. Trabajaba el nailon y los ecos, la electricidad temblorosa y la rugiente, también las cuerdas apasionadas.

Y un día se cansó. Simplemente no quiso seguir suplicando. No entendió que él nunca podía ser una carga y nos dejó. Casi nadie se dio cuenta de que ya no estaba en su rincón como solía. Pocos echaron en falta al fanfarrón que bailaba girando su silla de ruedas y riendo, cayéndose y carcajeándose, consciente de lo poco que dura todo, riéndose de lo injusto que es el destino. Vicente Castaña se fue sin pedir nada y dándolo todo. Se fue sin mirar a los ojos por no molestar, por no parecer insolente, porque no nos diéramos cuenta de lo mucho que tenía. Que es todo lo que nos falta.

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