Formados en 1983 en Dublín, coquetearon con el punk rock más directo y tardaron en dar con la tecla de un sonido propio, lo cual se puede decir que culminó con la edición de su EP de 1988, You Made Me Realise. Se trataba de un catálogo que anunciaba glorias futuras en base al sonido y su tratamiento. Rock rajado por la mitad envolviendo unas melodías refulgentes y vibrantes. Todo un hito que repetirían a lo largo de una discografía tan colosal como exigua. Solo tres álbumes largos y un puñado de sabrosos EPs y singles glosan la vida de una criatura tan genial como su líder en la sombra.
Kevin Shields ha sido el auténtico motor creativo de la banda. Este genio del sonido, productor detallista, guitarrista gustoso, en definitiva, escultor sónico de primer orden, es el arquitecto de los monumentos sonoros de MBV. Su trabajo en el estudio es tan importante o más que el que ha desarrollado en la composición e interpretación de sus temas. Sus decisiones y su instinto han sido fundamentales para el desarrollo de un cancionero envidiable por su forma más que por su contenido. Pero qué forma.
My Bloody Valentine suponen todavía una experiencia en directo física y brutal. Su ruido celestial se basa en mil ideas que sobrepasan el concepto de distorsión. El empleo del reverb en todas sus variantes, la acumulación obsesiva de capas de guitarras y el uso del trémolo hasta su extremo son solo tres minúsculos detalles que ilustran una mínima parte de las herramientas de las que se valen.
Y el resultado, ya lo intuyen. Usaré un ejemplo ya gastado pero irresistible. No es nuevo el comparar el sonido de esta banda con el orgasmo femenino. Un éxtasis prolongado, expansivo y profundo que se opone al masculino, más explosivo, instantáneo y limitado. Una liberación salvaje de feromonas que en toda su abstracción acaba sonando cohesionada y emocionante como el oleaje. Distorsión oceánica, inmensa, prolongada hasta el infinito.
3 básicos
You Made Me Realise ****1/2

Isn't Anything ****


Su obra maestra exprime al oyente desde su apertura con esa batería limpia y sólida como el acero. El bramido eléctrico se coloca al servicio de una música que consigue brillar entre las toneladas de maleza sónica. La culminación de lo que Shields llamó "guitarra planeadora". Aquí la música parece volar entre nubes de helio y vapores tan dulces que marean. Es agreste y es encantador.
Su mejor canción
"Sometimes" (véase aquí)
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