lunes, 11 de febrero de 2013

Caballo loco

Neil Young, canadiense de nacimiento, norteamericano de adopción, ciudadano del mundo que se ha ganado un hogar en el corazón de millones y millones de melómanos. Titán del azote social, guitarrista adictivo, compositor inigualable y maestro de la integridad artística llevada a su extremo. Sin duda un gigante entre gigantes, dueño de un cancionero impagable al que solo The Beatles, The Smiths o Bob Dylan pueden hablar de tú a tú.

En su adolescencia en Canadá se fogueó en un grupo de versiones hasta que a los 21 años se mudó a California. Allí fundó los seminales Buffalo Springfield junto a Stephen Stills. Fue el primer hito en una carrera envidiable. De ahí pasó a volar solo en 1968 para alternar esto con una breve estancia en Crosby, Stills & Nash en 1969. En estos años fue cuando empezó a definir su estilo a la guitarra eléctrica para lo que resultó esencial el apoyo de su banda de acompañamiento, Crazy Horse. Esta ha sido la banda más emblemática de las que le han acompañado en toda su carrera. Con este grupo ha editado un buen puñado de sus discos más importantes y es el que le ha permitido desarrollar sus habilidades como guitarrista y cantante.

Neil Young ha dominado como muy pocos en casi todos los palos de la música norteamericana. Ha compuesto joyas acústicas eternas a puñados con un estilo vocal aparentemente dulce pero muy profundo que empasta perfectamente con sus acordes parcos como la piedra. En el terreno más rockero ha sido el más grande, dotando a las raíces del folk de una electricidad cortante y volcánica merced a sus acordes guillotinados y sus solos en los que marea, pellizca, acaricia y acuchilla una nota o un par de ellas en busca del matiz oculto, del chillido y del llanto, de la risa y del ruido sanador.

En sus alrededor de 55 discos oficiales, Young ha escrito su novela norteamericana. Con entrega, compromiso por los que sufren, con pasión y con una integridad a prueba de bomba. Con la que surge de la seguridad de no dar un paso en falso. Y eso que discos malos, los ha tenido. Claro, como cualquiera. Pequeños resbalones que no hacen más que dar fe de su humanidad. Tan absoluta y tan pestilente que parece nuestro igual. Y no lo es. Lo sabemos demasiado bien.

(3) 5 básicos

After the Gold Rush ***** (1970)
El arrebato acústico de esta llamada del oro está en lo más alto de una discografía inescalable. Gemas templadas a fuego lento ("After the Gold Rush"), melodías imperecederas ("Tell Me Why") y algún desmán eléctrico irrefrenable ("Southern Man") en su primera obra maestra incontestable.

On the Beach ***** (1974)
Su visión del blues. Este es un disco triste hasta el escalofrío. La pérdida de Danny Whitten, guitarrista original de Crazy Horse marcó esta época del canadiense con obras taciturnas y de una profundidad abisal de grandísimo nivel también, como Harvest (1972) o Tonight's the Night (1975). Aún así, me quedo con este.

Zuma ***** (1975)
Variado, ecléctico y brillante, este disco supuso una nueva cumbre. Lo mismo podemos regocijarnos en el adhesivo casi pop de joyas como "Don't Cry" o "Lookin' For a Love" que caer en la hipnosis de ese rock solemne y eléctrico que implosiona en "Danger Bird" o ese tótem que es "Cortez the Killer".

Rust Never Sleeps ***** (1979)
Directo trucado con adiciones de estudio que está entre lo mejor de la historia de cualquier artista. Mi disco favorito de Young combina dos caras bien diferentes. La primera, acústica prepara el ritual. La segunda, desata la furia eléctrica en un vendaval increíble. El disco se abre y se cierra con sendas versiones de la misma canción. Un disco redondo desde el concepto. Apabullante.

Ragged Glory ****1/2 (1990)
Cuando casi todos lo daban por muerto, Young vuelve a convocar a Crazy Horse y aprovecha las loas recibidas por toda la camarilla grunge para armar la que de momento es su última obra maestra. Cierra bocas y abre otras para que gotee la babilla mientras por los altavoces se despliega una furia y una rabia subyugantes. Todo para envolver melodías de corte clásico que se valen de todo el minutaje que haga falta para crecer y reproducirse.


Una canción


Las dos caras de la misma moneda pueden resultar igual de interesantes. Elijo dos canciones que son una. Dos que se diferencian en lo básico y se hacen imprescindibles. Una abre la obra maestra del canadiense. La otra la cierra. Son dos hermanas gemelas con personalidad propia. "My, My, Hey Hey (Out of the Blue)" es la hermana reflexiva, tierna pero implacable, con un alma oscura y atormentada. "Hey, Hey, My My (Into the Black)" es la salvaje con corazón de oro, un exabrupto de ira sin contener que explota a la mínima pero de una pureza intensa y liberadora.



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